sábado, 6 de julio de 2013

Demolition Lovers: CAPÍTULO CUATRO



Capitulo cuatro: 
No es cuestión de moda. Es un maldito deseo de muerte.

“—Cuando te vayas, ten en cuenta que te recordaré y entonces, pronto estaré contigo”

Recuperaré mi vida que me quitaron. Por las cosas que me hicieron y por las que yo haré. Ahora tengo una vida de vuelta.

Giró la cabeza a todos lados y repitió el mismo gesto que cuando estaba en el infierno. Tiro del cuello de su camisa ensangrentada y permitió el acceso al aire. ¡Pero que bien se sentía aquello! Se desabotono el saco que tenia y su blanca camisa llena de sangre quedó al descubierto.

Nadie lo mataría ahora, esa mirada de amor y un poco de seriedad estaba pérdida, ahora esa mirada revelaba odio y venganza, y que decir de esa sonrisa tan siniestra que se le dibujaba en sus labios. Realmente era aterrador. Se acomodo los pantalones y al dar su primer paso notó su arma y sonaba cargada de municiones. Estaba llena y ese era un punto a su favor para poder comenzar a buscar a su amada.

Salió a la carretea con pistola en mano y comenzó a caminar como un zombie en busca de algún cerebro para alimentarse, pero ahora no quería un cerebro. Quería venganza. Sus pasos eran lentos, pero su postura era derecha, si no fuera por su traje ensangrentado, podría hacerse pasar por un importante abogado quizás.

Se veía imponente y era más que claro que había perdido el miedo a caer, y que estaría con ella. Recuerda el día que se conocieron, ella estaba enganchada a su cuello rápidamente y él intento alejarla sin mucho éxito. Le dijo que todo sería más difícil y así fue, pero a ella realmente no pareció importarle y aunque como si estuviera sodomizada aceptaba a él le frustraba un poco el hecho de tenerla. Hasta que después se dio cuenta de que la amaba y en verdad la amaba. Entonces no tardó en tenderle la mano y ella como era de esperarse el tomo y huyeron juntos.

Y no tardaron en comenzar a asesinar a todos, ganándose enemigos que claramente ambos mataban como si fuera una promesa. Él estaba consciente que le hacía mucho daño, pero supo también que esas heridas fueron temporales, desapareciendo en cuanto él le hizo saber que ella era la única.

Ahora estaba de regreso a la vida, buscara a su amada y les robara a quienes se lo merezcan, la vida que le robaron y estarían juntos de nuevo.

La caminata le había enfurecido un poco ¿Dónde la buscaría? No tenía ni una remota idea, no había ni siquiera una señal de que él la hubiese matado en aquel desierto. Era todo muy extraño, aunque también tuvo mucho que pensar .Su entrecejo se frunció en cuanto vio un pueblo cercano. Comenzaría por ahí.

Caminó un poco más rápido para apesararse, el sol estaba a punto de esconderse y no podía perder más tiempo. Y no es que quisiera hacerlo de día, es que simplemente no tenía una opción aceptable, la noche no era para comer ahora, era para buscarla. Y es que aún recordaba esos ojos grandes, negros y brillantes, mostrándole, tristeza, dolor, amor y decepción. El corazón volvió a dolerle. Vengaría su alma aunque no estuviera muerto.

En cuanto llegó a aquel pueblecillo su presa se posó ante sus ojos. Era una mujer de la vida galante, se le notaba desde lejos. Ella no iría al cielo; merecía ir al infierno. Aquella mujer estaba sola y ebria, fácilmente podría desnucarla.

Caminó hasta ella siguiéndola por detrás. Su navaja en mano y pistola con municiones también. Su primer pago por la vida que le han regalado de nuevo. Aquella mujer cayó al suelo como un costal de papas y en cuanto planeaba echársele encima, una dama con un vestido blanco de encaje le arrebato su pago. Eso había dolido dentro de él y no sentimentalmente, era un dolor físico. Un dolor que podría matarlo de nuevo. Le habían ganado y eso dolía un poco.

—¡No! ¡Ah! Auxi… ¡No! Ayuda…

Aquella chica estaba en el suelo, tirada sobre un charco de sangre, su propia sangre que emanaba de cada rajada en la piel que tenia. Y aquella dama de blanco parecía enfurecida, acuchillaba con una navaja a la prostituta que estaba bajo ella. Sin piedad y sin detenerse enterraba y sacaba tantas veces seguidas esa navaja de la piel fina y morena.

Y no se detuvo hasta que los gritos de la prostituta del pueblo fueron mitigados. Ahora solo se escuchaba la respiración agitada de la dama. Su dama. Era ella. Pero se le notaba furiosa, enojada y era más que claro que algo no andaba bien en ella.

A eso se refería el diablo, a eso. Ella no era su amada, no lo era, se veía completamente diferente. La había encontrado físicamente, pero mentalmente no y debía hacer algo rápido.

Su agitada respiración se escuchaba fuerte y acelerada. Su navaja aun clavada entre los pechos de aquella mujer y la sangre esparcida por su cara y brazos. Era una escena tan tétrica, que le hizo dar un respingo ante la corriente de escalofrío que le había recorrido todo el cuerpo. Guardando sus armas de nuevo, caminó a paso lento acercándose a ella lentamente para no asustarla. Se notaba desde luego que sus nervios estaban de punta, y que incluso podría asesinarlo y mandarlo al infierno —de nuevo—, pero al parecer ella ya no había notado.

—Te eh escuchado— murmuró con su cuerpo zarandeándose brutalmente por la respiración rápida que estaba dando.
—Me alegra.
—No, no debería.
—¿Por qué?
—Quiero alejarme de ti, no es la vida que quiero.
—Pues que bien, pero ¿sabes una cosa? Te estás quedando sin lugares.
—¿Qué?
—Ya no tienes lugares para esconderte de mí.

Ella giró su cara brutalmente y el cuello le tronó. Incluso él pensó que pudo haber muerto ante un cuello roto, pero no. Al parecer no lo sintió. Siguió en su misma posición. Ojos inyectados de odio, ropa llena de sangre y sobre el cadáver de una prostituta de pueblo seguramente manoseada y con alguno que otro bicho de infección sexual.
—Así no es como debía morir. — Murmuró y bajo la mirada al suelo.
—¿Esperabas un entierro y flores después de lo que has hecho?
—No, pero tú visita sí.
—Eh muerto.
—Y ni así estabas donde yo fui.
—¿Y dónde estabas?
—Yo, no lo sé — Levantó la cabeza y lo miró a los ojos. — Pero no estuve mucho ahí.

El odio había desaparecido. Ninguno tenía la culpa, nadie sabía a donde irían, él no tenía la culpa, ella tampoco.

—Me ha dado miedo, no has estado conmigo.
—Lo sé, lo sé.
—¿Dónde estabas?
—Yo sólo me fui un momento.
—No lo hagas.
—No.

Él se acercó y de cuclillas frente a ella le tomó el mentón y le dio un casto y serio beso. Y a ella no le ha parecido mucho. Giró su rostro y de nuevo el odio regreso con ahora un toque de histeria el cual sería un poco difícil de apaciguar.

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