Capitulo cinco: Debo hacerlo.
Oliver estaba tirado en su cama, sin camisa y mirando al
techo como si estuviera muy interesado en ello. Su torso lleno de tatuajes se
iluminaba y brillaba con la luz reflejada del sol de la mañana que entraba por
la ventana. El humo de su cigarro invadía por completo la habitación, sin
embargo, en cuanto terminaba uno, tomaba otro y lo encendía de la misma manera.
Se encontraba a muy ansioso, se tronaba los dedos y hacia
soniditos raros con la boca, aparte de hacer saltar su pie sobre la cama
descontroladamente. Incluso aún con sus cinco días de sexo intenso con Rebeca,
la desesperación no se le iba, su mente viajaba y necesitaba hacer algo, algo
muy diferente a trabajar.
Todos los días era la misma rutina y era algo que a él
comenzaba a fastidiarle, pero viéndole el lado amable, le pagaban lo suficiente
para poder vivir solo. De hecho ahora, había faltado dos días y era por un
debate interno que había tenido hace tres días, y quizás se lo descontaban, y
ahora otro debate interno se liaba en su mente, pensando en que si dejaba de
trabajar le dejarían de pagar. Y con la loca idea que tenía en su cabeza dando
le vueltas, eso era muuuy malo para él.
Por sí mismo hubiera dejado las cosas como estaban, sin
importarle lo que pasara, pero ahora había conocido a alguien por medio de unas
estúpidas cartas, unas cartas mandadas por alguien sin cerebro. Cartas que
realmente no valían la pena leer, pero que él leyó. Cartas que no valían la
pena ser encontradas, pero él las encontró. Cartas que no valían la pena ser
contestadas. Pero él las contestó.
Lo peor fue cuando la respuesta de la primera carta que
mandó, llegó, sus sospechas fueron acertadas. Bueno, con exactitud las de
Kaleb. Y en ese momento, le dieron muchas ganas de hablarle y contarle sus
nuevas ideas. Explicarle que se sentía muy mal por haber rechazado las primeras
cartas —aunque esto, Kaleb ya lo sabía—, y que
ahora le encantaba responder cualquier pregunta estúpida que fuera. Algo tan
anormal en él, pero al final, no podía explicarlo ahora.
Ahora cada carta que Oliver recibía, casi al instante la
respondía y al día siguiente ya estaba en camino hacia su destino.
El cigarro estaba llegando a su fin, así que lo botó en el
piso en vez de apagarlo en el cenicero y
encendió otro. Estaba poniéndose más nervioso que antes y su cajetilla de
cigarros se acababa con ese último en su boca.
Y había algo más preocupante en la situación.
A él le estaba encantando. Y es que era preciosa. Andy,
aquella chica, le había mandado una foto de su rostro maquillado. Mejillas
sonrosadas por un rubor ligero y sombra en los ojos, su cabello un poco largo
revuelto y su sonrisa. Y un collar en el cuello. Oh pero que linda se veía.
Y precisamente era eso lo que no le dejaba dormir en paz,
nunca había conocido a alguien así, le parecía un poco rara también, pero, el
solo se volteaba las cosas.
—Oliver—. Rebeca a su lado comenzó
a toser como loca por el humo del cigarro de la habitación. Oliver le dedicó
una mirada de insuficiencia por unos segundos y giró el rostro hacia el techo
de nuevo, siguiendo en sus pensamientos fumando como si nada —. ¡Apaga esa
mierda!
Oliver gruño, y le dio un empujón
para que siguiera boca abajo en la cama.
—Cállate o te largas—. Rebeca se
calló y se quedó bocabajo hasta que Oliver quitó su mano y desvió la mirada,
dando otra profunda calada a su cigarrillo que cada vez se consumía más. Ella se
removió y se volteo tratando de mirarle directamente a los ojos, sin expresión
alguna, pero no pudo.
—¿Sabes? —Habló suave para no
tener que recibir otra amonestación por su boca floja.
—¿Qué? — Respondió Oliver y giró
la cabeza para verla.
Rebeca se acercó lentamente, dejando medio cuerpo sobre el
de él y acarició su pecho con una mano traviesa. Oliver la miró mal y casi
quiso empujarla lejos de él, pero Rebeca no notó su molestia e inconformidad.
—Te has puesto muy extraño ¿Tiene
que ver con las cartas que has mandado? Es que, bueno, siempre que llegan estás
sonriente. —Oliver gruño con los labios cerrados y siguió fumando—. Ya, y a
todo esto ¿A quien se las mandas? ¿A tu madre?
Oliver le tiro del cabello
quitándosela de encima y la volteo a ver con auto suficiencia. Rebeca apretó
los labios y entonces supo que había hablado de más.
Ni siquiera espero alguna
respuesta de él, golpeo y rasguño su mano hasta que le soltó y sin decir nada,
tomó su ropa vistiéndose rápidamente mientras caminaba y lo dejó solo en su habitación. Tomo sus
pertenencias, y robó otras más como parte de su chantaje por haberla tratado
así y salió dándole una patada a la puerta. Pero a Oliver le importaba poco en
realidad.
En cuanto estuvo solo de nuevo se volvió pensando, rodando
sobre su espalda y terminando su cigarro, apagándolo por esta vez en el
cenicero a su alcance.
“Gracias por las fotos y tú foto, me causo mucha gracia, me pareces una
persona tan simpática y me alegra haberte conocido por medio de fotografía. Me
sentí tan bien al haber recibido la carta, realmente creí que nadie la
contestaría y como ahora cada vez me queda menos tiempo de vida, has hecho mis
momentos muy alegres. Como te eh dicho anteriormente, siempre eh querido
volver, pero dudo que para mi mayoría de edad siga con vida.
Sabes que me llamo Andy y que soy de Cincinnati, me falta decir que
tengo dieciocho años y no tengo novio. Ahora que tú me has mandado una foto
tuya, yo te mando una foto mía. Con un poco de maquillaje, sí, pero que así me
veo más lindaaaa, pero al fin para que puedas conocerme.
Mándame una respuesta.
Un beso.
Andy B.
Andy B.
—¿Qué chica de dieciocho años
escribe y piensa así? Ella miente—. Reclamó Oliver cuando le había llamado a
Kaleb para contarle todo lo que sucedía, porque tenía razón—. Vamos, suena muy
infantil.
Kaleb como buen chico que sigue a
la persona que le gusta, fue con él para escuchar su sermón por tercera vez a
la semana. Y aunque Oliver siempre parloteaba de lo mismo ahora estaba más loco
con la imagen de esa chica. Parecía que había encontrado oro.
—Quizás miente y es infantil sí,
pero igual te gusta—. Dijo Kaleb sentado en el sofá de la casa de Oliver, con
un brazo reposando en codo contra su pierna y su rostro en la mano de la misma.
Oliver que veía con curiosidad—más
bien morbosidad— extrema la fotografía, levantó una ceja y lo miró seriamente
por unos segundos para luego suspirar y volver a ver la foto unos momentos más.
—No, bueno, pero se ve muy
pequeña. ¿Qué si no? — Le mostró la foto muy de cerca y Kaleb solo rodó los
ojos. No era agradable para él la situación—. Bueno viéndole el lado amable
quizás es virgen y podré follarla y…
—Embarazarla.
Oliver se calló e ignoró eso último.
Kaleb realmente no era de mucha ayuda, para nada, pero sabía que era el único
que le haría caso por obvias razones, además de que le amaba en “secreto” le
ayudaría con decisiones estúpidas aunque bien sabía que era por su conveniencia.
—¿Y si voy?
Kaleb se atragantó con su propia
saliva y comenzó a toser desesperadamente ganándose una mirada de ‘me estás
jodiendo’ por parte de Oliver quien en vez de ayudarle con la saliva atorada,
se quedó mirando la fotografía una vez más.
—¿Estas jodiendome cierto?
—No, ¿Es buena idea, no?
—No.
Kaleb se levantó de su lugar y
tomando su abrigo salió de la casa de Oliver, y de nuevo se quedó solo como los
primeros días.
Suspiró y doblando la fotografía
en cuatro, la guardó en su pantalón. Tomó su mandil color café, un abrigo largo
color negro y salió rumbo a la cafetería de donde temía, le hubieran votado ya.
;;;
—¿Puedo tomar su orden?
—Te quiero a ti—. Oliver rodó los
ojos y apunto un pedido cualquiera ignorando aquello.
—¿Qué más?
—Un café cappuccino.
Lo anotó debajo del primer pedido
y arrancó el pedazo de hoja de su libreta, colgándola en una ventana que daba
hacia la cocina. Pero fue demasiado estúpido que se quedó parado ahí, que
cuando jalaron la nota para formular el pedido, se sorprendió al ver a su jefe
metido en la cocina, y ponerse rígido en cuanto lo vio.
—Oliver, chico, ven acá.
Tragó saliva y rodó los ojos. Su
jefe tenía en ceño fruncido y una mirada que mataba a cualquiera. Además que
solo a él se le ocurría llegar a su trabajo sin saludar a nadie y comenzar a
atender gente como si nada. Pero claro, en su plan, no estaba previsto el
llamado de un jefe molesto, que posiblemente lo echaría a patadas.
Entró a la pequeña cocina donde se
hacían pastelillos, flanes o postres pequeños, y se paró justo enfrente del
horno sintiendo el calor potente que emanaba.
—Tú y yo, habíamos quedado en
algo— habló el señor bigotón—, y creo que no los has respetado hasta ahora. Has
faltado dos días y no avisaste ni siquiera si estabas enfermo.
—Bueno, yo lo lamento, pero era
urgente.
—¿Urgente? Chico, un llamado no te
lleva ni un minuto. Eres muy irresponsable Oliver— Dijo el dueño tomando unos
pequeños pastelitos en un papel color rojo que los adornaba por la parte
inferior y colocándolos en una charola para sacarlos a su refrigerador en la
parte del mostrador—, te lo advertí.
—No puede despedirme, lo sabe.
—Y tú sabías que no debías faltar
y lo hiciste. Lo siento. Te mandaré tu último pago descontando los días—. Dijo
por último quien era el dueño del lugar. Oliver era un chico que al principio
mostró responsabilidad, pero ahora ya no más de eso, y aunque le daba pena echarlo
sin más, debía hacerlo
Oliver suspiró hondo y se quitó el mandil que, le habían
dado el primer día. Lo dejo caer al suelo en vez de dárselo a su ahora exjefe y
salió pateando toda superficie solida que se le encontrara y se moviera.
Caminó con el rostro compungido de coraje y comenzó a
repasarse de nuevo todo en su mente. Compró una cajetilla de cigarros en la
calle y comenzó a fumar de nuevo como un adicto, adentrándose a un parque y se
sentó en un banco en medio del parque.
Observaba a los niños jugar y correr, algunos jugando,
otros huyendo de sus papás quienes corrían atrás de ellos desesperados. Pero el
estaba ahí solo, con un abrigo encima el cual le hacía parecer un oso. Bufó soltando
el humo del cigarro y giró el rostro. Una niñita se había sentado junto a él mirándolo
con interés.
Se sintió tan observado que miró hacia el lado contrario encontrándose
con una pareja de dos gays. Estaban tomados de la mano, caminaban y platicaban
como si nada, parecían felices, uno más bajo que el otro y como así mismo, el
más bajo alegre, y el más alto medio serio. El pequeño dio un par de brinquitos
adelante del otro y se puso de puntitas, tomando el rostro del otro quien
sonrió como viendo sus intensiones, lo tomó de su cintura y lo abrazó pegándolo
a él, el pequeño se acercó a su oído y algo le dijo, el mayor lo alejó rápidamente
como desesperado y lo besó. Oliver se sintió un poco raro ante eso —por no decir que sintió asco—, y giró el rostro
nuevamente. La niña le estaba regalando unas flores.
—Toma—. Dijo ella.
—¿Qué?
—Tómalas, las corté para ti— Dijo
ella extendiendo más su diminuta manita.
—¿Para mí? — Oliver levantó una
ceja. La niña asintió.
—Sí, te vi muy solo ¿Esperas a tu
novia? —Oliver apretó la mandíbula.
—No—sonrió apenas—, sí, estoy muy
solo.
Tomó las florecitas que la niña
tenía en su mano y las puso sobre su pierna para luego sacar el cigarro de su
boca y expulsa el humo.
—¿Y que haces tan solo?
—Nada.
—Búscate una novia—recrimino la
niña y Oliver alzó ambas cejas abriendo la boca sorprendido, por aquel gesto
demandante de la niña—, eres muy guapo y andas solo perdiendo el tiempo y matándote.
Oliver rió de nuevo y cuando su
cigarro se acabó lo tiro al piso sin apagarlo. La niña bajo del banco y lo
piso.
—Tienes malos hábitos, ya veo, por
eso no tienes novia. — Se paró enfrente de el y coloco sus manitas en las
rodillas de Oliver acercándose.
—¿Por qué?
—No te importa nada—. La niña negó
con la cabeza—. ¿Te importa alguien?
—Sí.
—¡Entonces si hay quien te
importe! —La niña se emocionó y Oliver siguió sentado mirándola normal ¿Cuántos
años tendría? Quizás no más de ocho—. ¿Es guapa?
—¿Quién?
—¡Ella tonto, ¿Quién más?!
—Ah, sí, lo es.
—¿Y por qué no está contigo?
—Oh no, ella vive lejos.
—Ya veo—. La niña se subió a sus
piernas y eso le incomodó de sobremanera, sin embargo no era tan malo como para
bajarla. Sus manos se escondieron en los bolsillos de su abrigo y la miró—.
¿Por qué no vas a buscarla?
Sintió su estomago revolverse y se
quedó pensando. Eso era lo que él tenía pensado hacer.
—¿Crees que sea una buena idea?
—Sí, sí, a ella le gustaría la
sorpresa.
Oliver sonrió y la niña se bajó de
sus piernas, sentándose a su lado de nuevo, a su paso, levantando las flores
que había tirado al suelo antes cuando se había subido en él. Ahora ambos
estaban en silencio y la niña estaba
jugando sus piernas.
—¡Samantha! ¿Qué haces ahí? Ven
acá, ya nos vamos.
—Ya voy—. La niña se giró hacía él
y le sonrió—. Adiós como te llames. Búscala y aprende hábitos.
Oliver frunció los labios y solo
se limito a asentir. La niña corrió a brazos de… ¡Oh sorpresa! La pareja gay que
había visto antes besarse. ¿Qué rayos? ¿Era eso posible? Tomó otro cigarro reanudando
su adicción—la cual había suspendido mientras la niña estaba ahí—, y comenzó a
fumar de nuevo.
Cuando notó que solo le quedaban dos, se levantó del banco
y comenzó a caminar de regreso a su casa.
Iba arrastrando los pies, haciendo más lento su recorrido,
pero de repente paró. Cayó frente a un edificio pequeño. Una agencia de viajes.
Sé quedó parado frente a este pensándoselo mucho.
;;;
—¡Es que, no!
—Cállate y ayúdame—. Oliver tomaba
ropa como loco de su closet, cajones, la limpia, la sucia, pero estaba haciendo
un desastre su habitación—. Debo apurarme o llegaré tarde.
—¡Pues llegarás tarde! — Kaleb
tomaba las cosas ya en una pequeña maleta y las sacaba conforme Oliver las metía.
Se jaló los pelos y casi lo golpeó de coraje.
—Deja de hacer eso—. Oliver lo
empujó con una mano y desordenadamente metió todo en la bolsa.
—Oliver, no puedes ir, no puedes,
es una locura.
—Ya, ya, luego me lo dices—. Miró
su reloj y su rostro se deformo. —Mierda, falta una hora.
Kaleb rodó los ojos y tomo las
cosas de Oliver aventándolas lejos. Oliver estaba tan ocupado buscando sus
cartas que no se percato que el otro pateaba y empujaba sus cosas escondiéndolas.
Abrió un cajoncito y de esta salieron casi disparadas tres cartas, como
recordatorio de que ahí ya no había lugar. Tomó una y la guardó en su chaqueta
para tenerla más a la mano.
Cuando se giró vio a Kaleb todo
airado y con el ceño fruncido. Buscó sus cosas y no estaban.
—¿Dónde están? — Preguntó serio.
—No vás.
—No, escúchame, tu, voy a ir,
compré los boletos y se acabó. Joder ¿Qué te cuesta darme un poco de tu apoyo?
No, no quiero nada de ti, te me largas de ¡mi! casa.
Lo tomó de la chaqueta que llevaba
puesta y lo sacó a empujones y gritos, estaba comportándose como una mujer,
soltaba patadas en el suelo con las botas que llevaba, y rasguñaba como podía a
Oliver.
—Oliver, no puedes hacerlo.
—Sht, cuando regrese, hablamos—. Y
le cerró la puerta en la cara.
Buscando como loco, tirándose al
suelo y empujando muebles, encontró todas sus cosas al final. Tenía ahora solo
media hora para llegar a la estación de autobuses, por lo que se desesperó y
tomando todo con sus brazos, salió corriendo de su casa con el boleto en la
boca.
Pidió un taxi, pagando una cuota
grande por el viaje rápido y con prisa que pidió. Y en menos de 20 minutos
estuvo ahí.
Corrió por los pasillos dejando
sus maletas listas para ser etiquetadas y abordadas, y el fue hacia la puerta
de salida numero quince, en donde abordaría el autobús.
—Ticket y pasaporte—. Pidió una
señorita, pero con voz monótona.
Oliver se bloqueó por un momento,
porque él, no tenía nada, no tenía su pasaporte, no lo llevaba esta vez, pero
recordaba que tenía resuelto aquello.
Extendió su mano con algo raro que
le habían dado en la agencia de viajes, con compromiso, que solo iba por cuatro
días y vuelta, a cambió había dejado un par de tarjetas como identificación y
la señorita ahí, leyó. Rompió el ticket y se lo devolvió.
—Pase.
Se dio cuenta que toda la gente
que estaba ahí abordando el autobús iba hacia el mismo lugar, todos de la
agencia de viajes. Algo inútil, pero que su cerebro había captado.
Buscó su lugar entre los asientos
y le tocó del lado de la ventana. Sacó la carta que tenía en su chaqueta y miró
la dirección. Sonrió como idiota y cerró los ojos cuando el autobús comenzó a moverse, saliendo del lugar.
—Buenas noches, pasajeros, nos
trasladaremos de la ciudad de Kingston, Ontario, a la ciudad de Cincinnati,
Ohio, en EEUU. El viaje durará alrededor de nueve horas, dependiendo del tráfico.
Cerró los ojos y recargó la cabeza
en la ventana.
No me puedes dejar así t___t tienes que subir otro YA. Me dejaste como en las telenovelas(?) :c
ResponderEliminarRubí <3 Bueno, debía quedarse así, te dije que vendría una decición estúpida y no creo que sea dificil imaginar lo que vendrá, igual no creo tardar :D
Eliminarahh!!
ResponderEliminarYa quiero que Oli vea que Andy es un ñiño, no ñiña >:c
Sube otroooooo, por favoooor!!!! *n*
Vale, será complicado, estoy escribiendolo y quizás sea dramatico, no lo sé D: Pronto lo subiré :c
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