Capítulo VI
1995.
Bill abrió los ojos de
golpe, al escuchar un sonido estrepitoso que se coló hasta el fondo de
su cabeza, haciéndole dejar el país de los sueños, del que se encontraba
demasiado cómodo con un Tom risueño, que al contrario del real cuando
se enfadaba, este inflaba las mejillas y estas se coloraban de intenso
color escarlata que le hacía querer jalarlas y besarlas.
El sonido sin duda se
escuchó ensordecedor y cardiaco, y el salto que dio en las sábanas del
suelo lo demostró completamente. Somnoliento por no haber dejado
completamente la modorra, levantó la cabeza de su cómoda y esponjosa
almohada encontrando su entorno en penumbras y no con una pequeña fuente
de luz como lo había prometido Tom después del cuento de terror de Andy
que sin duda le había causado mucho miedo.
Temblequeó asustado y
las palabras que había dicho su mejor amigo durante la Pijamada,
refiriéndose a los fantasmas como monstruos arranca cabezas, saca tripas
y quita osos de felpa rosados aparecieron en su cabeza, además del
bonus ligeramente mencionado de los demonios, trajeron consigo una pizca
que solo incrementó la desesperación por encontrar alguna fuente de luz
y a su igual para refugiarse bajo de su cuerpo como siempre solía
hacerlo.
— ¿Tomi? — El pequeño
niño rubito estiró la mano en la oscuridad intentando tocar a su gemelo
quien según su vago recuerdo, estaba durmiendo junto a él.
Sin embargo, Tom no
estaba ni a la vista ni al tacto por mucho que se estirara en el radio
de cuantos centímetros de su lugar. Incluso él presentía que le habían
dejado solo, parte de una broma, exageradamente pesada, pues ni la
respiración de Andy que era como quejidos y jadeos demasiado extraños
iguales a los de un gato, se escuchaba. — ¿Tom? —Elevó un poco más la
voz, bastante desesperado por encontrar a alguien, pero de nuevo, no
recibió respuesta.
Entonces algo hizo
clic en su mente. Tom no estaba a su lado, tampoco Andreas, ni sus
padres; nadie estaba cerca. No estaba en el duro y frío suelo del
living, pero tampoco estaba en su habitación o en la cochera, o en el
sótano, no. Ni siquiera estaba en su casa.
Con temor, retiró las
sabanas que cubrían su cuerpo y tomó al oso de felpa rosado que había
obtenido hacía un par de años a base de berrinches y lágrimas
descontroladas cuando se realizaban las compras navideñas y encontró que
aquel oso era el más llamativo de toda la montaña de osos azules y
blancos. Lo apretó contra su pecho y se levantó colocando sus pies
descalzos sobre la almohada en donde había reposado su cabeza minutos
antes. Se quedó ahí, parado abrazado al oso de felpa mirando hacia todos
lados intentando ver algo en la oscuridad.
Tenía sueño, pero el
miedo que le trepó por las piernas le hizo querer llorar y gritar con
todas las fuerzas posibles, pero no podía. No sabía con exactitud que
estaba pasando, pero su inocente mente de corta edad, sólo asimilaba lo
posible: Una posible -y muy pesada broma- por parte de Andreas y Tom,
aunque lo dudaba demasiado por parte de este último.
Apretó sus dedos en
torno al oso y sus dientes mordisquearon el labio inferior mientras que
sus ojos comenzaban a mojarse. Se sentía solo, asustado y unas enormes
ganas de ir al baño le golpearon el estómago y le hicieron rechinar los
dientes.
—¡¡Tom!! — Gritó con
fuerza cuando cayó al suelo de espaldas al recibir un fuerte empujón en
el pecho y el oso de felpa rosado desapareció de sus manos como si de un
arrebato se tratara. Tanteó el suelo con las lágrimas bañándole las
mejillas mientras llamaba a su hermano en constantes suplicas. — ¿Mamá? —
Preguntó de nuevo. Sin embargo, esta vez, al contrario de las veces que
estuvo llamando a Tom, escuchó un par de susurros y unos gritos
aterradores como a quien están destrozándole el cuerpo con la peor de
las torturas.
Pegó un brinco
saltando un par de centímetros pensando que aquella voz horrorosa era la
de su madre y lloró con fuerza, pero al cabo de unos minutos el alivio
le embargó cuando escuchó la voz de su progenitora mencionarle
suavemente y como si estuviera en un reposo total completamente
ignorante a las suplicas de la otra voz femenina pidiendo piedad.
Bill permaneció quieto
en su lugar negándose a la tentación de buscar a su madre, sabía que
nada bueno sucedería. La oscuridad comenzaba a lastimarle y la ansiedad
comenzaba a hacerse presente, claro que él no lo notaba. En posición de
ataque que más bien parecía igual a la de un cachorro asustado y a punto
de llorar, observó como una luz rojiza aparecía a lo lejos. Giró la
cabeza a todos lados buscando de nuevo alguna señal que indicara que no
se encontraba solo en aquella espeluznante oscuridad, hasta que una voz
le llamó desde aquella potente luz roja que se hacía cada vez más
intensa pero sin llegar a iluminar el lugar.
— ¡Bill!—Gritó aquella
voz y Bill sonrió aliviado. Esa voz era la de su gemelo y no pudo
evitar llorar de alegría. Casi tropezando con lo largo de sus pantalones
del pijama que además estaban empapados por haberse meado encima, Bill
corrió y repitió a gritos el nombre de Tom mientras se dirigía con
seguridad a la luz roja que estaba en medio de la oscuridad.
En cuanto se acercó lo
suficiente pudo notar una puerta blanca, similar a la de su casa.
Frunció el ceño y se detuvo un momento pensando en si era buena idea
empujarla o regresar por donde vino. La oscuridad en sí le aterraba un
poco -demasiado-, pero la puerta causaba tal intriga en él que su mente
de seis años le alentaba a empujarla y averiguar lo que había tras ella,
aunque siendo parecida a la de su hogar, sentía que al traspasar esa
puerta su hogar estaría ahí, con Tom, sus padres y Andreas.
Sin embargo, antes de
que pudiera tomar una consiente decisión, un grito desgarrador que
claramente era por parte de Tom, le hizo dar un salto en su lugar y
empujar la puerta con rapidez.
— ¡Tom! — Gritó fuertemente.
Sus pies se movieron
con rapidez, pero se detuvo en seco cuando se vio a sí mismo. Pero no
era él mismo frente a un espero, no, se vio a si mismo dormido sobre las
sabanas en el suelo abrazando con un brazo al oso de felpa rosado y con
el brazo libre rodeando a Tom por el cuello. Tom dormía profundamente y
cerca de ellos estaba la luz tenue proveniente de la lámpara nocturna
que Bill cargaba consigo siempre.
Frunció el ceño
confundido y nuevamente le dieron ganas de llorar. No estaba entendiendo
nada. ¿Cómo era posible aquello? Él estaba ahí parado observando como
otro Bill, siendo quizás un impostor, dormía en una posición demasiado
intima con su gemelo y este no hacía nada, incluso parecía que le
gustaba.
Iba a abrir la boca
para comenzar con su pataleta pero entonces su otro yo, el que estaba
echado cómodamente junto a Tom y abrazado a su oso de felpa rosado
chillón abrió los ojos mirándole fijamente. Se horrorizó en cuanto pudo
ver más allá del iris del otro Bill; quiso gritar, llorar, desmayarse;
pero estaba congelado, la voz no salía de su garganta y las lágrimas
comenzaban a nublarle la visión sin ni siquiera desbordarse y mojar sus
mejillas.
Aquel otro Bill tenía
los ojos rojos como la sangre abarcando toda la pupila, completa, y sus
dientes estaban podridos, daban un aspecto asqueroso y sus labios
estaban horriblemente partidos. Un olor a azufre se metió en sus fosas
nasales provocándole un gran malestar en el estómago; la cabeza le punzó
y lloriqueó asustado intentando no hacer mucho ruido. Apretó los ojos y
los talló suavemente.
Odiaba todo, quería
cerrar los ojos y volver con Tom, sin otro Bill que asustara de esa
manera e intentara quitarle a su gemelo. Quería volver a sus brazos y
que le prometiera que jamás algún fantasma arranca cabezas le haría
daño, pero incluso eso se sentía demasiado lejano a la realidad. No
sabía cómo salir de ahí. Sus pantalones estaban mojados aún de alguna
manera, eso lo volvía aún más como un polluelo.
Miró a Tom y quiso
abrasarle, decirle que el Bill que abrazaba no era él, que era malo.
Pero no podía acercarse. El Bill que observó tomó con dedos largos y
feos las sonrosadas mejillas de Tom y las arañó provocándole profundos
rasguños en su rostro. Bill chilló aterrado y dio un paso hacia delante,
mismo que retrocedió cuando aquel monstruo extraño, por no querer
volver a decirle Bill, gruño en su dirección y enterró de nuevo las uñas
sobre la quijada de su hermano mayor.
Bill se desesperó. No
sabía qué hacer, aquel ser asqueroso, no paró con su labor. Habiendo
casi destrozado el fino rostro de Tom, bajó por el cuello de éste
dejando mismas marcas con lo afilado de sus uñas y enterró de nuevo en
el pecho y vientre convirtiendo las sábanas en un salpicadero de sangre y
viseras de fuera.
Ni un grito de
auxilio, ni un quejido. Parecía que Tom había pasado del país de los
sueños, al mundo de los muertos en un mismo instante.
Cayó al suelo de
rodillas llorando desconsoladamente pensando en lo terrible de la muerte
de su gemelo que estaba presenciando, porque sí, aquel fenómeno no se
detenía y seguía destrozando un pequeño cuerpecito que él, que el
verdadero Bill había atesorado demasiado.
Reusado a volver a
mirar hacia donde el cuerpo de Tom yacía, se giró dando la espalda y en
cuanto intentó ponerse de pie, sintió como era jalado de los pies y
abrió los ojos asustado al ver que era su otro con aspecto terrorífico
quien enterraba sus manos envueltas en piel podrida sobre sus tobillos y
tiraba de él con violencia, hacia un hoyo negro en el suelo.
Ni siquiera puso resistencia pues si esa era su muerte, no pensaba patalear si Tom estaba con él.
— — —
Cuando abrió los ojos,
se levantó de golpe sintiendo su cabeza doler por tan abrupto
movimiento y lo primero que sus orbes cafés distinguieron en la
oscuridad -o parecido-, fue la pequeña fuente de luz encendida que
emanaba de la lámpara justo arriba de su cabeza. Se giró a la derecha y
ahí en una posición demasiada extraña e incluso diabólica estaba Andreas
profundamente dormido balbuceando incoherencias y haciendo soniditos
extraños por la nariz como era costumbre desde que lo conoció. Y justo
de su lado izquierdo, una maraña de rastas rubias brillaba en la
oscuridad contrastando notoriamente. Sonrió y casi lloró aliviado.
Sólo había sido una
pesadilla y vaya que pesadilla. Sacudió la cabeza intentando alejar de
su mente aquella pesadilla horrible en donde su Tomi yacía sin vida en
manos de un ser extraño, aunque estaba consciente de la realidad. Aquel
sueño no iba a olvidársele nunca ni aunque le lavaran el cerebro.
Un poco más relajado
que en un principio, Bill volvió a recostarse sobre las sabanas
acomodándose junto a su oso y abrazándolo contra su pecho, los tapo a
ambos y se arrastró como oruga hasta quedar justo, demasiado pegado a
Tom. Le sonrió aunque este no pudiera verle y le abrazó dándose confort a
sí mismo. Alzó la mirada, después de acariciar el pecho de Tom con su
cabeza igual a un gato meloso y miró su rostro.
Estaba relajado y
sintió un ligero tirón en su vientre bajo que le hizo temblequear de
nervios. Sonrió y acarició su mejilla dando un suave y corto beso en sus
labios, tal y como lo había hecho un par de veces antes.
Tom se removió en su
lugar colocando su espalda sobre las mantas y ladeó la cabeza. Bill
tenía una mano en los labios y se alejó un par de segundos anonado. La
luz ligera de la lámpara alumbraba las facciones de su hermano y pensó
por un par de segundos, que era más lindo que cualquier niña estúpida y
sucia que fuera en su mismo kindergarden.
Gateó hasta su lado
para acurrucarse junto a él y nuevamente posó sus labios en Tom esta vez
haciendo un ligero movimiento con las delgadas esponjitas rosadas y Tom
en sueños lo siguió hasta que fue succionado del extraño sueño hasta la
inquietante realidad.
Cuando la mente de Tom
conecto, dejó de sentir la presión en sus labios dejando la sensación
de un ligero cosquilleo. Enfocó su vista en el techo y observó el color
anaranjado que se alumbraba suavemente. Se talló los ojos con los dedos
demasiado grogui como para intentar ver algo más y cuando giró para
volverse a acomodar y seguir durmiendo, se topó con la fascinante
sonrisa de Bill.
Sus ojos brillaban y parecía muy feliz. Sonrió a su igual con pereza y acarició su cabeza rubia con cariño.
—Bill — Murmuró con
voz adormilada— ¿Qué haces despierto a esta hora? — Preguntó cerrando
los ojos. Bill estaba seguro que no recordaría la platica por la mañana.
—Pesadilla. — Dijo y se acercó a Tom.
—La luz está encendía. Ya duérmete, tengo sueño. — Murmuró de nuevo quedándose dormido casi al instante.
—¡Tom! — Gritó por lo bajo Bill, haciendo despertar a su gemelo de un sobresalto. — Tomi, abrázame.
—Sí, Bill. — Tom pasó
un brazo sobre el cuerpo de Bill y lo dejó caer con pesadez sobre su
cintura, cosa que le hizo chillar de dolor y dar un ligero bote. Tom
abrió los ojos de nuevo, o al menos lo intento, solo pudiendo enfocar
unas manchas borrosas y acomodó su brazo mejor sobre la cintura de su
gemelo para después dejarse llevar en los brazos de Morfeo.
—Tom... — Le removió
nuevamente Bill al percatarse que volvía a quedarse dormido. Tom gimoteó
con cansancio pero no abrió los ojos. Bill intentó que lo hiciera, pero
siguió consiguiendo solo un par de incoherencias que le hicieron reír
divertido.— Oh Tomi. — Sonrió Bill rendido al intento de despertar a su
hermano.
Se incorporó sobre sus
codos y estiró el cuello lo máximo y nuevamente volvió a juntar sus
labios comprobando que esa nueva sensación se intensificaba con fuerza
cuando sus labios se juntaban y que además de todo, cada vez le gustaba
más.
— — —
1999.
Bill no supo en qué
momento Tom había pasado de ser un niño feliz a ser uno bastante
temeroso. Él no era idiota, pues sí sabía la procedencia de aquellos
rasguños horrorosos que se cargaba su gemelo la mayoría de los días al
despertar. No es como si tuviera amnesia o algo en el cerebro. No lo
controlaba, pero todo lo veía.
Desde hacía un par de
años, Tom siempre despertaba con un dolor de cabeza y un mal humor que
le dejaba en cama como un enfermo en fase terminar e incluso solía
faltar a clases con frecuencia pues le era imposible dormir en las
noches y su madre tenía que hacerlo dormir a base de medicamentos
no-tan-fuertes para que pudiera descansar más tranquilo y apenas con el
sol saliendo.
No fue si no hasta los
nueve años que Tom aceptó tener horribles pesadillas. En realidad no
era un secreto lo que sucedía, todos en la familia bien sabían pues el
aspecto físico del mayor de los gemelos estaba decayendo notoriamente
comenzando con pequeños rasguños en los brazos y terminando con golpes,
lodo y sangre sobre el pijama, que a juzgar por la consistencia y el
dolor, parecía como si alguien se colara dentro de la habitación y el
propinara un tunda de muerte noche tras noche. Cosa que también era más
que imposible pues Bill compartía habitación con él.
Lo que ni Simone ni
Jörg sabían era que el menor de los gemelos tenía bastante influencia en
aquellos golpes sobre Tom. Tom sufría repetidamente de terrores
nocturnos y Bill siempre estaba presente en cada uno ellos.
Bill disfrutaba demasiado admirando por las noches a Tom justo sobre su cuerpo.
Ambos compartían la
habitación desde que eran unos bebés. Simone había mencionado entre
charlas familiares que al ser separados con pocos meses de nacidos, no
paraban de llorar hasta sentirse apretaditos, calientitos y juntos de
nuevo. Increíblemente ese lazo se intensificó con los años haciendo que
aún y cuando estaban a un par de años de comenzar la pubertad, seguían
en la misma habitación. Mitad Bill, mitad Tom. Una línea con cinta en
pegamento policiaca de prohibido el paso divida la habitación.
Desordenada en ambos lados, e incluso logrando que los dos pisaran por
donde quisieran en cualquier momento, pero Jörg había insistido en
dividirla pues se creía que ambos chicos peleaban por las noches. Cosa
no del todo falsa.
Bill, como era
habitual, acostado cómodamente en su cama, tapado hasta la barbilla y
moviendo con insistencia el pie, esperó en la oscuridad. Quieto, miraba a
todos lados atento a cualquier sombra inusual que observara. Tenía el
ceño arrugado y chasqueaba la lengua agudizando el oído, intentando
atrapar un sonido. Nada.
Realmente no pasó nada de lo que hubiera cualquier persona imaginado...
Nada, excepto que
llegando la madrugada, hora insana para los gemelos mantenerse
despierto, Bill removió las sabanas que cubrían su delgado cuerpo y
caminó hasta posarse a horcadas sobre su gemelo, quien sudaba y jadeaba
en sueños.
— — —
2005.
Bill estaba sentando
en su cama que más bien era un catre mal puesto a una distancia
considerable del de su hermano y observó la oscuridad. Recargó su
espalda en la pared junto a su cama y sus ojos brillaron al encontrar la
silueta de su hermano hecho un ovillo.
Lentamente, se levantó
sin hacer rechinar los viejos fierros que sostenían el colchón y
quitándose las sábanas caminó de puntitas hacía el cuerpo de Tom que de
pronto, comenzaba a temblar cada vez con más frecuencia, como si tuviera
algún terror, una pesadilla y eso estuviera atormentándole. Sin
embargo, lo cierto era que parecía que se aterraba por cada uno de los
pasos que Bill daba en su dirección, acercándose cada vez más a él... Y
no estaba lejos de la realidad.
Estiró la mano y tocó
con suavidad la piel desnuda del brazo de Tom, y este lloriqueó entre
sueños haciéndose más pequeño en una bola como podía en la cama. Bill
jaló las sabanas que tapaban a su hermano y le encontró en esa tonta
pijama de vacas por todos lados que a Tom le gustaba llevar cada que
iban de visita con los abuelos.
Tom se removió en la cama al sentir el frío de la noche y Bill se relamió los labios.
Subió posicionándose
con rapidez sobre el delgado cuerpo de su hermano mayor y acarició sus
rastas rubias revueltas por la almohada plana. Eran preciosas, suaves y
brillantes, hacían dar un aspecto aún más aniñado a Tom, quien con una
sonrisa perfecta, lograba ya dar flechazos a los corazones de algunas
niñas... quienes, luego de recibir una nada discreta advertencia, por no
decir una amenaza, por parte de Bill, se limitaron a llorar y no volver
a hablarle o tan siquiera mirar a Tom.
Bill sonrió acercando
su rostro al de su hermano sin llegar a tocarlo y le observó con
detenimiento. No sabía de donde sacaban los chicos del colegio que él
era igual a una chica, Tom lo parecía más, las facciones en su rostro
estaban grabadas a la perfección. Se sentó sobre su vientre bajo y dejó
caer su peso notando que a Tom comenzaba a dificultársele la
respiración. Imposible saber si por el miedo o porque Bill oprimía su
estómago.
Como si de magia se
tratase, Tom abrió lentamente los ojos al sentir una extraña presencia
cerca de sí, el susto que se llevó al ver a su hermano a horcadas sobre
su cuerpo, sólo terminó de alterarle ya que en su cabeza daban vuelta
los recuerdos de la pesadilla que atormentaba su mente mientras dormía.
—¿Qué...?—Comenzó Tom
siendo interrumpido por un dedo de Bill, que se posó con fuerza sobre
sus labios. Tom tuvo que ladear la cabeza para que sus dientes no
lastimaran sus labios.
—Sh. No hables — Susurró Bill y luego le sonrió. Tom asintió no comprendiendo a que iba Bill.
Tom intentaba enfocar
su mirada en Bill, pero apenas podía borrar las escenas extrañas de su
cabeza, sus ojos lagrimeaban y su mandíbula temblaba ligeramente. Su
mente no procesaba nada del exterior, nada hasta que un movimiento en
falso le hizo sentir más piel de la que debería.
Bill estaba sin ropa.
No.
Desnudo.
Completamente. Piernas abiertas y sobre su cuerpo. Sus dientes, no solo
sus caninos, todos sus dientes estaban afilados, igual a los de una
bestia y su sonrisa parecía engañosa, como la de alguien que en
cualquier momento va a saltarte arrancarte de un mordisco la yugular.
La boca se le secó y
al momento de tomar una gran bocanada aire el olor a estiércol de
caballo le golpeó la nariz provocándole una arcada. Quería moverse y
toser, vomitar, lo que fuera para sacar ese hedor repugnante de su
olfato, pero Bill estaba pesado, no puedo moverlo y mucho menos moverse
bajo su cuerpo.
—¿Bill? — Levantó las
manos intentando empujar de los hombros a Bill para quitárselo de
encima, pero en un ágil movimiento las uñas afiladas de Bill le marcaban
la piel de las muñecas, enterrándose hasta sacarle ligeros hilos de
sangre. —¡No! ¿Qué haces? ¡Bill!
Tom abrió los ojos
asustado al ver la reacción de su igual. Los flashback en su cabeza no
se hicieron esperar. Igual a la misma vez en la que Bill se había
molestado y había enterrado sus uñas en su quijada por no responderle lo
bien que se veía. Sin embargo la situación ahora era claramente
diferente. Bill no había preguntado nada, sólo sonreía ampliamente y su
ceño estaba ligeramente arrugado, como si fuera a cometer alguna
travesura descabellada pero que le parecía divertida.
Su respiración se
agitó y su mirada se intercalaba entre las heridas en sus muñecas que
cada vez empeoraban mas pues Bill apretaba el agarre conforme pasaban
los segundos, y en los ojos rojizos de su gemelo que sin duda daban
miedo. Toda la piel alrededor de los ojos de Bill estaba perfectamente
maquillada de negro, como si recién lo hubiera hecho para salir a alguna
fiesta, cosa imposible pues en ese pueblo no había fiestas y si las
hubiese, estaba seguro que Bill jamás se pararía en alguna de ellas.
Intentó ver aún más allá y notó que el iris estaba completamente
escarlata y su mirada quemaba como si un carbón caliente entrara en
contacto con la piel.
Tom intentó decir
algo, pero antes de que alguna letra saliera de sus labios, éstos fueron
aprisionados por otros exactamente iguales. El aire en los pulmones del
mayor de los gemelos escapó al caer en cuenta de lo que estaba
sucediendo. No obstante, la presión en sus muñecas disminuyó
momentáneamente, para dar paso al dolor sobre sus labios.
Bill mordió los labios
de Tom hiriéndolos con los afilados dientes importándole poco que el
otro entrara pánico al ver tanta sangre suya fuera de su cuerpo. Tom
llevó sus manos a los labios intentando limpiarse, pero, de nuevo, Bill
lo impidió.
—Calma, Tom.
La presión de la mano
de Bill sobre su boca le estaba doliendo y sus dientes chocaban con la
piel a su alcance hiriéndola. Los ojos de Tom estaban abiertos de par en
par y sus manos libres, intentaban empujar a Bill por cualquier parte
de su cuerpo, quien no parecía inmutarse un poco a los golpes
propiciados. Tom estaba asustado y Bill sin ropa, sobre su cuerpo y
bastante extraño no ayudaba en nada.
Lo tomó de sus brazos y
con fuerzas exageradas intentó empujar a Bill, quien no se movió ni un
ápice. Lo empujó de los hombros, de las piernas, del abdomen, intento
golpearlo en el pecho, en el rostro, pero Bill no sentía nada.
—Tom. — Murmuró Bill
con voz áspera. Tom dejó de removerse y se quedó inmóvil con la mirada
vuelta hacia otro punto que no fuera su gemelo. —Tomi... Juguemos, ¿Te
parece?— Preguntó con la misma voz de ultratumba haciendo apretar los
labios a Tom. éste negó y Bill hizo un puchero suave con sus labios. —
Respuesta incorrecta.
La mano de Bill se
deslizó desde los labios de Tom hasta su cuello, dando caricias
delicadas con las largas uñas. Tom a pesar de que ya no tenía una mano
sobre sus labios, no abría la boca. Estaba pasmado escuchando y viendo a
Bill con asombro que sentía no poder moverse. Bill acercó su rostro al
de Tom y le sonrió aún más si era posible. Tom apretó los labios y cerró
los ojos con fuerza sintiendo los húmedos y calientes labios de Bill
posarse sobre su pómulo derecho, como una dulce caricia, pero
ciertamente, le dio asco.
Ignoraba el hecho de
que aquello no era nada parecido a un simple beso. Bill succionaba con
fuerza y lamía con una lengua áspera, tal como la de un gato, la piel de
las mejillas de Tom dejándolas coloradas exagerando las tonalidades
rojizas y moradas.
—Detente, Bill. — Suplicó con debilidad Tom.
—¡Cállate! — Respondió Bill y apretó los dientes.
Tom sintió el frío en
las manos de Bill tocándole. Estaba helado a excepción de los labios. Le
besó y lamió el rostro con devoción, como si fuese una paleta helada
deliciosa que estaba derritiéndose al sol. Tom no pudo evitar llorar y
arrugar la cara del asco. No le gustaba para nada la sensación babosa
que queda rebosante en su piel.
De nueva cuenta,
intentó abrir la boca, gritar, avisar a sus abuelos que algo no andaba
bien con Bill, pero tal y como lo intentó, se resignó enseguida, pues
sabía que era imposible. Los abuelos no lo escucharían ni porque
tuvieran unos oídos súper poderosos, ni porque Tom gritara tan fuerte
como pudiera. El establo estaba lejos y era más de media noche. Los
abuelos, probablemente dormían ajenos al sufrimiento del mayor de los
gemelos.
Las manos de Bill
tironeaban de manera brusca del pijamas de su gemelo buscando quitárselo
de alguna manera. Tom rogaba porque se detuviera, intentaba alejarlo,
pero Bill parecía tener fuerza sobrenatural, pues cada vez ponía más
fuerza ejercida sobre su cuerpo y le era imposible moverse.
Hipaba, sollozaba y la
respiración se atoraba en su garganta, se estaba sofocando y creyó
incluso más conveniente morirse asfixiado que percibir todo lo que
acontecería. Pero por suerte o desgracia, eso no sucedió. Bill arrancó
su pijama de un tirón asustándole provocando que abriera la boca, y el
aire entró a sus pulmones haciéndole toser con fuerza, inhalando y
exhalando rápidamente. Estaba aún con una ligera playera de calor y sus
bóxer, pero el hecho de que Bill sonriera como maníaco y tocara lo largo
de sus piernas, le hacia percibir el peligro.
Los poros de su piel
se hicieron notorios al recibir de nueva cuenta una caricia más en sus
piernas por parte de Bill. Empujó su mano y sintió un calambrazo en su
muñeca. La mano libre de Bill se apretó ahí con fuerza, presionando las
antes heridas, logrando que Tom soltara un grito de dolor y más sangre
brotara por las pequeñas perforaciones.
Sus ojos avellanas
totalmente abiertos se intercalaban entre Bill y la unión de sus pieles.
No obstante, apenas su mente regresó, sintió como Bill le bajaba la
ropa interior con brusquedad. Sus manos eran toscas, por lo que la tela
se rasgó mucho antes de que la prenda llegara a sus tobillos. Bill la
empujó lejos igual que el pijama y aprovechando la poca resistencia de
Tom, le tomó por los muslos y abrió sus piernas.
La cabeza de Tom comenzó a traer imágenes grotescas de lo que iba a suceder si no detenía pronto a su hermano.
—Bill, ¡Qué haces! No
quiero, detente. — Gritó ofuscado, al ver como Bill comenzaba a tocarse.
Una molestia subió desde su estómago hasta su garganta haciendo amagos
de regresar la cena, pues no era algo que le gustase ver. —Bill, por
favor. —Lloró.
—Sh. Calma Tomi. No es
tan malo— Habló Bill con suavidad logrando que Tom cesara las lágrimas y
los sollozos, casi parecía su tierno y adorable gemelo de antes, casi.
El aliento de Bill
chocó contra su nariz y aspirándolo notó un terrible olor putrefacto.
Por supuesto que Tom no planeaba mencionarlo, por lo que dejó caer el
rostro de lado ignorando la llameante mirada de Bill y su asqueroso
olor.
Las manos de Bill se
deslizaron con delicadeza por todo el cuerpo de su gemelo levantando su
playera y besó la piel en su vientre. Tom sumió su estómago al sentir
los calientes labios de Bill, sin embargo,
Bill lo interpretó de una manera diferente.
Subió el rostro y
encaró a su gemelo. Tom se mordía el labio intentando no sollozar más,
pero las lágrimas se desbordaban de sus ojos bañando sus mejillas. Las
piernas de Tom estaban abiertas de par en par. Tenía el cuerpo rígido y
Bill lo sentía. Notaba como los muslos de su gemelo se apretaban con
fuerza sobre su cadera impidiéndole moverse a gusto y poder entrar en
él.
Frustrado, rasgó las
manos de Tom dejándolas sangrar a borbotones y una vez que Tom notó el
ardor y sus ojos estaban completamente idos en las heridas de sus manos,
Bill tomó las piernas de su gemelo y elevándolas en lo alto, sin
tapujos, le penetró.
El grito, las
lágrimas, las suplicas, nada era escuchado. El dolor era insoportable,
quemaba como si de poner una llama ardiente en contacto directo con la
piel se tratara. Tom tenía los labios abiertos y miraba con terror a
Bill. No. Él no era Bill, esa cosa que estaba embistiéndolo con
brutalidad sin detenerse no era su hermano. Era un ser asqueroso.
—Bas-Basta...—Logró articular contrayendo las piernas e intentando golpear a Bill con los pies.
La realidad de las
duras y constantes embestidas era otra. Dolían demasiado y cada que Tom
intentaba cerrar las piernas o empujar a Bill lejos de su cuerpo
intentando romper el contacto intimo lo hacía incluso más doloroso pues
Bill se abría paso de igual manera, por lo que se resignó dejando las
piernas una en cada lado del cuerpo de Bill y lloró cerrando los ojos.
Sintió los dedos de
Bill enterrarse en su cadera, enterrando las uñas alargadas y feas en su
carne, haciendo que un rojo aún más intenso que el de las heridas de
las muñecas, brotara a borbotones. El aire se atoró de nueva cuenta en
su garganta y torpemente llevó las manos a las de Bill intentando
apretarlas, apartarlas y patearle en la cara. Pero no podía, el vaivén
brusco de Bill le empujaba a tal grado de golpearse con la tabla de
madera en la pared.
Le dolía el vientre bajo, supuso por la perdida de sangre y la violencia de Bill tenían mucho que ver.
Quería que acabara
pronto, quería morirse, lloraba intensamente y el sabor amargo de lo que
estaba viviendo resbalaba por su garganta quemándole. No quería ver a
Bill.
El olor del estiércol,
la paja, la humedad del establo se mezcló con el olor a sudor y a
sangre emanada del pequeño flacucho cuerpo de Tom.
Las manos de Bill
volvieron a subir acariciando toda la extensión de piel de su gemelo,
dejando ligeros rasguños en sus brazos y pecho, subiendo hasta su
cuello. Tom estaba ahogándose, pues el aire no entraba correctamente a
sus pulmones de lo rápido que respiraba y no podía controlarse, estaba
alterándose, sacando y metiendo aire al mismo tiempo... Las manos de
Bill tomando fuerza cada vez más, se apretaban a su alrededor
imposibilitando su respiración.
Bill sujetó con fuerza
del cuello a su gemelo y lo sostuvo en su lugar embistiendo con fuerza
sintiendo su primer orgasmo con intensidad. Los gruñidos que había
callado durante la sesión, comenzaron a salir al sentir los ligeros
calambres en su vientre subiendo a su pecho, al igual que el pinchazo en
su espina dorsal al sentir los espasmos. Tom intentaba captar a Bill,
enfocar su vista en él pues su mirada comenzaba a nublarse por más
pestañeara, no podía respirar por más que abriera la boca intentando
tomar un poco de aire y tampoco podía hablar por más que presionara a
sus cuerdas vocales. Sentía que moría.
Aún percibía la dura
erección de Bill entrar y salir del él con fuerza, lastimando sus
paredes a su paso, logrando así como un liquido espeso bajaba y se
mezclaba con el pre semen de Bill. Sangre, más sangre.
Sus manos se aferraron
a las manos de Bill sobre su cuello y sintió como resbalaban debido a
la sangre que aún salía en pequeños ríos de los rasguños que le había
hecho al principio sobre los brazos. Tom odiaba al Bill que estaba
haciéndole aquello hasta satisfacerse, pero quería verlo por ultima vez,
porque estaba seguro que sería lo único que le daría felicidad por
siempre.
Bill golpeó la próstata de Tom en una fuerte embestida y ambos ahogaron un grito.
El menor de los
gemelos cayó laxo sobre el cuerpo de Tom, su respiración estaba agitada y
su corazón golpeaba fuertemente en su pecho, haciéndole incluso doler.
Intentó encogerse en su lugar pero entonces cayó en cuenta de dos cosas.
La primera es que ya
podía moverse por si mismo. Estaba agotado, casi tonto como si hubiese
aspirado cocaína o alguna droga. Le dolían las muñecas, las caderas, las
piernas y la entrepierna. Le punzaba la cabeza. Sus ojos estaban
bañados en lágrimas y la opresión en el pecho le dificultaba respirar.
La segunda y más alarmante. Que Tom no respiraba.
— — —
Cuando Simone y Jörg
llegaron a la casa de los abuelos en Magdeburgo, encontraron un caos.
Ambulancia forense, ambulancia azul, policía, investigadores, bomberos y
demás uniformados que con cintas amarillas imposibilitaban el paso al
lugar.
Ella pudo notar a los
dos pequeños amigos de sus hijo asomados, intentando observar por sobre
los hombros de los mayores. El corazón se le detuvo totalmente. Algo
malo pasaba y no exactamente con los abuelos.
Corrió quitando a los
oficiales e ignorando los gritos enrabietados de Jörg quien intentaba
alcanzarla pero era detenido por varias personas. A ella no le importó
en absoluto.
Observó a los ancianos
junto a la puerta del establo, donde había aún mucha más gente. La
abuela lloraba con cansancio y aterrorizada. El abuelo no podía más que
abrazarla y llorar también junto a ella. Y entonces entró.
Primero observó como
algunas personas de sanidad, sacaban a los animales; caballos, vacas,
borregos, algunos puercos y demás. Más en el fondo en la pequeña pero
nada distinguida habitación hacía luz.
El olor era horrible,
asqueaba, por lo que tuvo que llevarse la manga de su abrigo a su nariz y
boca intentando aguantar las nauseas.
Caminó rápidamente y cuando el interior de la habitación quedó en su visión, abrió los ojos llorando amargamente.
Mala idea que había sido esa.
En medio de todas las
personas que revisaban la escena con cuidado y sin mover nada aún,
observó sobre uno de los catres viejos, un pequeño cuerpecito desnudo,
blanco y con manchas de sangre, dándole la espalda. No fue sino peor que
viendo hacia abajo, notó justo debajo de sus nalgas una cascada de
sangre reseca que mojaba las sábanas blancas, impregnándolas de rojo
escarlata.
No quería saber quien era, aún no quería saberlo, pero fue volver a registrar la escena y el aliento escapó de sus labios.
Las hermosas y suaves
rastas que tanto ella como Jörg habían aprobado y ayudado a mantenerlas
en buen aspecto, estaban regadas sobre la dura y flaca almohada, llenas
de sangre, posiblemente duras y pegajosas.
Era Tom.
—Señora, usted no
puede estar aquí. — Escuchó que le hablaron, pero le dolía el pecho y no
podía respirar. Estaba aturdida y no podía articular palabra.
¿Qué demonios había pasado ahí? ¿Por qué Tom estaba ahí, tendido, con sangre por todo el cuerpo?
Su labio inferior
tembló notoriamente y estuvo apunto de desmayarse y caer contra el suelo
de no ser por Jörg que nada mas entrar por la puerta, la vio
tambaleante y corrió a su lado intentando tomarla.
Sus ojos se posaron en el mismo cuerpecito que ella había visto minutos antes y tragó duro.
Apenas ambos estaban
intentando controlar sus desencadenados pensamientos cuando Simone
perdió totalmente el control y se abalanzó contra los forenses.
—¡Tom! — Gritó
histérica intentando alcanzar a su hijo tendido en el catre dándole la
espalda. Jörg la sujetó de la cintura y la apretó a su cuerpo impidiendo
el cometido de su mujer, pero esta no cedía. — Déjame, ¡Suéltame, Jörg!
Es Tom, es mi niño, mi niño. ¡¿Qué le hicieron a mi hijo?! — Gritó,
pero nadie le contestó.
Lloró amarga hasta no pudo soportarlo más y desmayarse.
— — —
Jörg dejó a su esposa,
ya consiente pero dormida, sobre la cama de los abuelos y escuchó
atentamente la declaración de Dunja mientras hundía la cara entre sus
manos arrugadas y temblaba. Temía que fuera a provocarse un paro
cardiaco la pobre mujer, pero parecía soportarlo aún más.
—Señora, necesito que
se calme. — Habló el oficial. —Necesito que me diga, ¿Qué fue
exactamente lo que vio cuando llegó al cuarto del establo?
La voz de la Dunja
tembló cuando habló: —Yo entré al establo porque los chicos no se
apuraban en llegar a tomar el desayuno. Creí que estarían contentos de
ver a Gustav y Georg, sus amiguitos. — Se pasó un pañuelo por los ojos y
prosiguió. — Les llamé a ambos, pero no escuchaba nada, más que los
ligeros ruidos de los caballos recién despertando. Me extrañé, por
supuesto, así que caminé hasta la habitación y cuando empujé la
puerta... — Ahogó un sollozo y soltó el llanto nuevamente apretando sus
ojos.
Jörg estaba detrás de
ella escuchándolo todo en silencio. Un par de oficiales habían
notificado con él lo sucedido, pero aún así, volverlo a escuchar era
perturbador.
—Señora, cálmese. — Habló el oficial. — ¿Qué fue lo que vio?
—Los vi a los dos...
Bill y Tom... Tom no se movía, no hacía ningún movimiento y sobre su
cuerpo, desnudo igual que él, estaba Bill... Estaba apretando sus
mejillas y rogándole que despertara. Ambos estaban desnudos y no me
costó imaginar lo que pasó. — La voz de Dunja se endureció. — La pelvis
de Bill estaba ensangrentada y las piernas de Tom aún más. Olía a sangre
podrida...
—¿Que hacía Bill? —
Preguntó el oficial anotando todo rápidamente en su libreta y grabando
el testimonio. —¿Qué estaba haciendo cuando lo encontró?
—¡Ya le dije lo que
hacia! No quiero repetirlo — Gritó la anciana. Jörg con rapidez, llegó a
su lado. Apretó su hombro y la guió de nueva cuenta a sentarse,
intentando tranquilizarla.
El oficial siguió
anotando todo, evitando volver a hacer la pregunta y se levantó dando
privacidad a las dos personas con ojos y nariz roja, dejando escapar
incoherencias.
—¿Y Bill? —Preguntó Dunja sin mirar a Jörg.
—Lo vi cuando salí del
establo con Simone. Estaba en la patrulla, cubierto por sábanas y
llorando.. Él estaba golpeándose contra el vidrio. Observé como tenían
que esposarlo y darle un calmante. Me alegré por que Simone estuviera
desmayada. Ya tenía demasiado. Por la tarde nos llamarán para que vayan a
declarar de nueva cuenta...
—No quiero verlo... — Murmuró Dunja de nuevo con voz dura. —Esa cosa no era Bill. ¿No lo viste? Esos ojos... todo él...
—Bill ha estado extraño, quizás no lo pensó bien, quizás ahora...
La anciana lo volteó a
ver con furia. No podía creer que Jörg actuara como si nada, como si lo
dejara pasar porque fue un juego demasiado pesado que no pudo
controlarse y salió de sus manos antes de que alguno pudiera decir algo.
Sin poderse contener gritó. —¡Ahora Tom está muerto! ¡Bill lo mató!
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