miércoles, 6 de agosto de 2014

Jarjacha: Capítulo VI


Capítulo VI

1995.

Bill abrió los ojos de golpe, al escuchar un sonido estrepitoso que se coló hasta el fondo de su cabeza, haciéndole dejar el país de los sueños, del que se encontraba demasiado cómodo con un Tom risueño, que al contrario del real cuando se enfadaba, este inflaba las mejillas y estas se coloraban de intenso color escarlata que le hacía querer jalarlas y besarlas.

El sonido sin duda se escuchó ensordecedor y cardiaco, y el salto que dio en las sábanas del suelo lo demostró completamente. Somnoliento por no haber dejado completamente la modorra, levantó la cabeza de su cómoda y esponjosa almohada encontrando su entorno en penumbras y no con una pequeña fuente de luz como lo había prometido Tom después del cuento de terror de Andy que sin duda le había causado mucho miedo.

Temblequeó asustado y las palabras que había dicho su mejor amigo durante la Pijamada, refiriéndose a los fantasmas como monstruos arranca cabezas, saca tripas y quita osos de felpa rosados aparecieron en su cabeza, además del bonus ligeramente mencionado de los demonios, trajeron consigo una pizca que solo incrementó la desesperación por encontrar alguna fuente de luz y a su igual para refugiarse bajo de su cuerpo como siempre solía hacerlo.

— ¿Tomi? — El pequeño niño rubito estiró la mano en la oscuridad intentando tocar a su gemelo quien según su vago recuerdo, estaba durmiendo junto a él.

Sin embargo, Tom no estaba ni a la vista ni al tacto por mucho que se estirara en el radio de cuantos centímetros de su lugar. Incluso él presentía que le habían dejado solo, parte de una broma, exageradamente pesada, pues ni la respiración de Andy que era como quejidos y jadeos demasiado extraños iguales a los de un gato, se escuchaba. — ¿Tom? —Elevó un poco más la voz, bastante desesperado por encontrar a alguien, pero de nuevo, no recibió respuesta.

Entonces algo hizo clic en su mente. Tom no estaba a su lado, tampoco Andreas, ni sus padres; nadie estaba cerca. No estaba en el duro y frío suelo del living, pero tampoco estaba en su habitación o en la cochera, o en el sótano, no. Ni siquiera estaba en su casa.

Con temor, retiró las sabanas que cubrían su cuerpo y tomó al oso de felpa rosado que había obtenido hacía un par de años a base de berrinches y lágrimas descontroladas cuando se realizaban las compras navideñas y encontró que aquel oso era el más llamativo de toda la montaña de osos azules y blancos. Lo apretó contra su pecho y se levantó colocando sus pies descalzos sobre la almohada en donde había reposado su cabeza minutos antes. Se quedó ahí, parado abrazado al oso de felpa mirando hacia todos lados intentando ver algo en la oscuridad.

Tenía sueño, pero el miedo que le trepó por las piernas le hizo querer llorar y gritar con todas las fuerzas posibles, pero no podía. No sabía con exactitud que estaba pasando, pero su inocente mente de corta edad, sólo asimilaba lo posible: Una posible -y muy pesada broma- por parte de Andreas y Tom, aunque lo dudaba demasiado por parte de este último.

Apretó sus dedos en torno al oso y sus dientes mordisquearon el labio inferior mientras que sus ojos comenzaban a mojarse. Se sentía solo, asustado y unas enormes ganas de ir al baño le golpearon el estómago y le hicieron rechinar los dientes.

—¡¡Tom!! — Gritó con fuerza cuando cayó al suelo de espaldas al recibir un fuerte empujón en el pecho y el oso de felpa rosado desapareció de sus manos como si de un arrebato se tratara. Tanteó el suelo con las lágrimas bañándole las mejillas mientras llamaba a su hermano en constantes suplicas. — ¿Mamá? — Preguntó de nuevo. Sin embargo, esta vez, al contrario de las veces que estuvo llamando a Tom, escuchó un par de susurros y unos gritos aterradores como a quien están destrozándole el cuerpo con la peor de las torturas.

Pegó un brinco saltando un par de centímetros pensando que aquella voz horrorosa era la de su madre y lloró con fuerza, pero al cabo de unos minutos el alivio le embargó cuando escuchó la voz de su progenitora mencionarle suavemente y como si estuviera en un reposo total completamente ignorante a las suplicas de la otra voz femenina pidiendo piedad.

Bill permaneció quieto en su lugar negándose a la tentación de buscar a su madre, sabía que nada bueno sucedería. La oscuridad comenzaba a lastimarle y la ansiedad comenzaba a hacerse presente, claro que él no lo notaba. En posición de ataque que más bien parecía igual a la de un cachorro asustado y a punto de llorar, observó como una luz rojiza aparecía a lo lejos. Giró la cabeza a todos lados buscando de nuevo alguna señal que indicara que no se encontraba solo en aquella espeluznante oscuridad, hasta que una voz le llamó desde aquella potente luz roja que se hacía cada vez más intensa pero sin llegar a iluminar el lugar.

— ¡Bill!—Gritó aquella voz y Bill sonrió aliviado. Esa voz era la de su gemelo y no pudo evitar llorar de alegría. Casi tropezando con lo largo de sus pantalones del pijama que además estaban empapados por haberse meado encima, Bill corrió y repitió a gritos el nombre de Tom mientras se dirigía con seguridad a la luz roja que estaba en medio de la oscuridad.

En cuanto se acercó lo suficiente pudo notar una puerta blanca, similar a la de su casa. Frunció el ceño y se detuvo un momento pensando en si era buena idea empujarla o regresar por donde vino. La oscuridad en sí le aterraba un poco -demasiado-, pero la puerta causaba tal intriga en él que su mente de seis años le alentaba a empujarla y averiguar lo que había tras ella, aunque siendo parecida a la de su hogar, sentía que al traspasar esa puerta su hogar estaría ahí, con Tom, sus padres y Andreas.

Sin embargo, antes de que pudiera tomar una consiente decisión, un grito desgarrador que claramente era por parte de Tom, le hizo dar un salto en su lugar y empujar la puerta con rapidez.

— ¡Tom! — Gritó fuertemente.

Sus pies se movieron con rapidez, pero se detuvo en seco cuando se vio a sí mismo. Pero no era él mismo frente a un espero, no, se vio a si mismo dormido sobre las sabanas en el suelo abrazando con un brazo al oso de felpa rosado y con el brazo libre rodeando a Tom por el cuello. Tom dormía profundamente y cerca de ellos estaba la luz tenue proveniente de la lámpara nocturna que Bill cargaba consigo siempre.

Frunció el ceño confundido y nuevamente le dieron ganas de llorar. No estaba entendiendo nada. ¿Cómo era posible aquello? Él estaba ahí parado observando como otro Bill, siendo quizás un impostor, dormía en una posición demasiado intima con su gemelo y este no hacía nada, incluso parecía que le gustaba.

Iba a abrir la boca para comenzar con su pataleta pero entonces su otro yo, el que estaba echado cómodamente junto a Tom y abrazado a su oso de felpa rosado chillón abrió los ojos mirándole fijamente. Se horrorizó en cuanto pudo ver más allá del iris del otro Bill; quiso gritar, llorar, desmayarse; pero estaba congelado, la voz no salía de su garganta y las lágrimas comenzaban a nublarle la visión sin ni siquiera desbordarse y mojar sus mejillas.

Aquel otro Bill tenía los ojos rojos como la sangre abarcando toda la pupila, completa, y sus dientes estaban podridos, daban un aspecto asqueroso y sus labios estaban horriblemente partidos. Un olor a azufre se metió en sus fosas nasales provocándole un gran malestar en el estómago; la cabeza le punzó y lloriqueó asustado intentando no hacer mucho ruido. Apretó los ojos y los talló suavemente.

Odiaba todo, quería cerrar los ojos y volver con Tom, sin otro Bill que asustara de esa manera e intentara quitarle a su gemelo. Quería volver a sus brazos y que le prometiera que jamás algún fantasma arranca cabezas le haría daño, pero incluso eso se sentía demasiado lejano a la realidad. No sabía cómo salir de ahí. Sus pantalones estaban mojados aún de alguna manera, eso lo volvía aún más como un polluelo.

Miró a Tom y quiso abrasarle, decirle que el Bill que abrazaba no era él, que era malo. Pero no podía acercarse. El Bill que observó tomó con dedos largos y feos las sonrosadas mejillas de Tom y las arañó provocándole profundos rasguños en su rostro. Bill chilló aterrado y dio un paso hacia delante, mismo que retrocedió cuando aquel monstruo extraño, por no querer volver a decirle Bill, gruño en su dirección y enterró de nuevo las uñas sobre la quijada de su hermano mayor.

Bill se desesperó. No sabía qué hacer, aquel ser asqueroso, no paró con su labor. Habiendo casi destrozado el fino rostro de Tom, bajó por el cuello de éste dejando mismas marcas con lo afilado de sus uñas y enterró de nuevo en el pecho y vientre convirtiendo las sábanas en un salpicadero de sangre y viseras de fuera.

Ni un grito de auxilio, ni un quejido. Parecía que Tom había pasado del país de los sueños, al mundo de los muertos en un mismo instante.

Cayó al suelo de rodillas llorando desconsoladamente pensando en lo terrible de la muerte de su gemelo que estaba presenciando, porque sí, aquel fenómeno no se detenía y seguía destrozando un pequeño cuerpecito que él, que el verdadero Bill había atesorado demasiado.

Reusado a volver a mirar hacia donde el cuerpo de Tom yacía, se giró dando la espalda y en cuanto intentó ponerse de pie, sintió como era jalado de los pies y abrió los ojos asustado al ver que era su otro con aspecto terrorífico quien enterraba sus manos envueltas en piel podrida sobre sus tobillos y tiraba de él con violencia, hacia un hoyo negro en el suelo.

Ni siquiera puso resistencia pues si esa era su muerte, no pensaba patalear si Tom estaba con él.

— — —

Cuando abrió los ojos, se levantó de golpe sintiendo su cabeza doler por tan abrupto movimiento y lo primero que sus orbes cafés distinguieron en la oscuridad -o parecido-, fue la pequeña fuente de luz encendida que emanaba de la lámpara justo arriba de su cabeza. Se giró a la derecha y ahí en una posición demasiada extraña e incluso diabólica estaba Andreas profundamente dormido balbuceando incoherencias y haciendo soniditos extraños por la nariz como era costumbre desde que lo conoció. Y justo de su lado izquierdo, una maraña de rastas rubias brillaba en la oscuridad contrastando notoriamente. Sonrió y casi lloró aliviado.

Sólo había sido una pesadilla y vaya que pesadilla. Sacudió la cabeza intentando alejar de su mente aquella pesadilla horrible en donde su Tomi yacía sin vida en manos de un ser extraño, aunque estaba consciente de la realidad. Aquel sueño no iba a olvidársele nunca ni aunque le lavaran el cerebro.

Un poco más relajado que en un principio, Bill volvió a recostarse sobre las sabanas acomodándose junto a su oso y abrazándolo contra su pecho, los tapo a ambos y se arrastró como oruga hasta quedar justo, demasiado pegado a Tom. Le sonrió aunque este no pudiera verle y le abrazó dándose confort a sí mismo. Alzó la mirada, después de acariciar el pecho de Tom con su cabeza igual a un gato meloso y miró su rostro.
Estaba relajado y sintió un ligero tirón en su vientre bajo que le hizo temblequear de nervios. Sonrió y acarició su mejilla dando un suave y corto beso en sus labios, tal y como lo había hecho un par de veces antes.

Tom se removió en su lugar colocando su espalda sobre las mantas y ladeó la cabeza. Bill tenía una mano en los labios y se alejó un par de segundos anonado. La luz ligera de la lámpara alumbraba las facciones de su hermano y pensó por un par de segundos, que era más lindo que cualquier niña estúpida y sucia que fuera en su mismo kindergarden.

Gateó hasta su lado para acurrucarse junto a él y nuevamente posó sus labios en Tom esta vez haciendo un ligero movimiento con las delgadas esponjitas rosadas y Tom en sueños lo siguió hasta que fue succionado del extraño sueño hasta la inquietante realidad.

Cuando la mente de Tom conecto, dejó de sentir la presión en sus labios dejando la sensación de un ligero cosquilleo. Enfocó su vista en el techo y observó el color anaranjado que se alumbraba suavemente. Se talló los ojos con los dedos demasiado grogui como para intentar ver algo más y cuando giró para volverse a acomodar y seguir durmiendo, se topó con la fascinante sonrisa de Bill.

Sus ojos brillaban y parecía muy feliz. Sonrió a su igual con pereza y acarició su cabeza rubia con cariño.

—Bill — Murmuró con voz adormilada— ¿Qué haces despierto a esta hora? — Preguntó cerrando los ojos. Bill estaba seguro que no recordaría la platica por la mañana.

—Pesadilla. — Dijo y se acercó a Tom.

—La luz está encendía. Ya duérmete, tengo sueño. — Murmuró de nuevo quedándose dormido casi al instante.

—¡Tom! — Gritó por lo bajo Bill, haciendo despertar a su gemelo de un sobresalto. — Tomi, abrázame.

—Sí, Bill. — Tom pasó un brazo sobre el cuerpo de Bill y lo dejó caer con pesadez sobre su cintura, cosa que le hizo chillar de dolor y dar un ligero bote. Tom abrió los ojos de nuevo, o al menos lo intento, solo pudiendo enfocar unas manchas borrosas y acomodó su brazo mejor sobre la cintura de su gemelo para después dejarse llevar en los brazos de Morfeo.

—Tom... — Le removió nuevamente Bill al percatarse que volvía a quedarse dormido. Tom gimoteó con cansancio pero no abrió los ojos. Bill intentó que lo hiciera, pero siguió consiguiendo solo un par de incoherencias que le hicieron reír divertido.— Oh Tomi. — Sonrió Bill rendido al intento de despertar a su hermano.

Se incorporó sobre sus codos y estiró el cuello lo máximo y nuevamente volvió a juntar sus labios comprobando que esa nueva sensación se intensificaba con fuerza cuando sus labios se juntaban y que además de todo, cada vez le gustaba más.

— — — 

1999.

Bill no supo en qué momento Tom había pasado de ser un niño feliz a ser uno bastante temeroso. Él no era idiota, pues sí sabía la procedencia de aquellos rasguños horrorosos que se cargaba su gemelo la mayoría de los días al despertar. No es como si tuviera amnesia o algo en el cerebro. No lo controlaba, pero todo lo veía.

Desde hacía un par de años, Tom siempre despertaba con un dolor de cabeza y un mal humor que le dejaba en cama como un enfermo en fase terminar e incluso solía faltar a clases con frecuencia pues le era imposible dormir en las noches y su madre tenía que hacerlo dormir a base de medicamentos no-tan-fuertes para que pudiera descansar más tranquilo y apenas con el sol saliendo.

No fue si no hasta los nueve años que Tom aceptó tener horribles pesadillas. En realidad no era un secreto lo que sucedía, todos en la familia bien sabían pues el aspecto físico del mayor de los gemelos estaba decayendo notoriamente comenzando con pequeños rasguños en los brazos y terminando con golpes, lodo y sangre sobre el pijama, que a juzgar por la consistencia y el dolor, parecía como si alguien se colara dentro de la habitación y el propinara un tunda de muerte noche tras noche. Cosa que también era más que imposible pues Bill compartía habitación con él.

Lo que ni Simone ni Jörg sabían era que el menor de los gemelos tenía bastante influencia en aquellos golpes sobre Tom. Tom sufría repetidamente de terrores nocturnos y Bill siempre estaba presente en cada uno ellos.

Bill disfrutaba demasiado admirando por las noches a Tom justo sobre su cuerpo.

Ambos compartían la habitación desde que eran unos bebés. Simone había mencionado entre charlas familiares que al ser separados con pocos meses de nacidos, no paraban de llorar hasta sentirse apretaditos, calientitos y juntos de nuevo. Increíblemente ese lazo se intensificó con los años haciendo que aún y cuando estaban a un par de años de comenzar la pubertad, seguían en la misma habitación. Mitad Bill, mitad Tom. Una línea con cinta en pegamento policiaca de prohibido el paso divida la habitación. Desordenada en ambos lados, e incluso logrando que los dos pisaran por donde quisieran en cualquier momento, pero Jörg había insistido en dividirla pues se creía que ambos chicos peleaban por las noches. Cosa no del todo falsa. 
Bill, como era habitual, acostado cómodamente en su cama, tapado hasta la barbilla y moviendo con insistencia el pie, esperó en la oscuridad. Quieto, miraba a todos lados atento a cualquier sombra inusual que observara. Tenía el ceño arrugado y chasqueaba la lengua agudizando el oído, intentando atrapar un sonido. Nada.

Realmente no pasó nada de lo que hubiera cualquier persona imaginado...

Nada, excepto que llegando la madrugada, hora insana para los gemelos mantenerse despierto, Bill removió las sabanas que cubrían su delgado cuerpo y caminó hasta posarse a horcadas sobre su gemelo, quien sudaba y jadeaba en sueños.

— — —

2005.

Bill estaba sentando en su cama que más bien era un catre mal puesto a una distancia considerable del de su hermano y observó la oscuridad. Recargó su espalda en la pared junto a su cama y sus ojos brillaron al encontrar la silueta de su hermano hecho un ovillo.

Lentamente, se levantó sin hacer rechinar los viejos fierros que sostenían el colchón y quitándose las sábanas caminó de puntitas hacía el cuerpo de Tom que de pronto, comenzaba a temblar cada vez con más frecuencia, como si tuviera algún terror, una pesadilla y eso estuviera atormentándole. Sin embargo, lo cierto era que parecía que se aterraba por cada uno de los pasos que Bill daba en su dirección, acercándose cada vez más a él... Y no estaba lejos de la realidad.

Estiró la mano y tocó con suavidad la piel desnuda del brazo de Tom, y este lloriqueó entre sueños haciéndose más pequeño en una bola como podía en la cama. Bill jaló las sabanas que tapaban a su hermano y le encontró en esa tonta pijama de vacas por todos lados que a Tom le gustaba llevar cada que iban de visita con los abuelos.

Tom se removió en la cama al sentir el frío de la noche y Bill se relamió los labios.

Subió posicionándose con rapidez sobre el delgado cuerpo de su hermano mayor y acarició sus rastas rubias revueltas por la almohada plana. Eran preciosas, suaves y brillantes, hacían dar un aspecto aún más aniñado a Tom, quien con una sonrisa perfecta, lograba ya dar flechazos a los corazones de algunas niñas... quienes, luego de recibir una nada discreta advertencia, por no decir una amenaza, por parte de Bill, se limitaron a llorar y no volver a hablarle o tan siquiera mirar a Tom.

Bill sonrió acercando su rostro al de su hermano sin llegar a tocarlo y le observó con detenimiento. No sabía de donde sacaban los chicos del colegio que él era igual a una chica, Tom lo parecía más, las facciones en su rostro estaban grabadas a la perfección. Se sentó sobre su vientre bajo y dejó caer su peso notando que a Tom comenzaba a dificultársele la respiración. Imposible saber si por el miedo o porque Bill oprimía su estómago.

Como si de magia se tratase, Tom abrió lentamente los ojos al sentir una extraña presencia cerca de sí, el susto que se llevó al ver a su hermano a horcadas sobre su cuerpo, sólo terminó de alterarle ya que en su cabeza daban vuelta los recuerdos de la pesadilla que atormentaba su mente mientras dormía.

—¿Qué...?—Comenzó Tom siendo interrumpido por un dedo de Bill, que se posó con fuerza sobre sus labios. Tom tuvo que ladear la cabeza para que sus dientes no lastimaran sus labios.

—Sh. No hables — Susurró Bill y luego le sonrió. Tom asintió no comprendiendo a que iba Bill.

Tom intentaba enfocar su mirada en Bill, pero apenas podía borrar las escenas extrañas de su cabeza, sus ojos lagrimeaban y su mandíbula temblaba ligeramente. Su mente no procesaba nada del exterior, nada hasta que un movimiento en falso le hizo sentir más piel de la que debería.

Bill estaba sin ropa.

No.

Desnudo. Completamente. Piernas abiertas y sobre su cuerpo. Sus dientes, no solo sus caninos, todos sus dientes estaban afilados, igual a los de una bestia y su sonrisa parecía engañosa, como la de alguien que en cualquier momento va a saltarte arrancarte de un mordisco la yugular.

La boca se le secó y al momento de tomar una gran bocanada aire el olor a estiércol de caballo le golpeó la nariz provocándole una arcada. Quería moverse y toser, vomitar, lo que fuera para sacar ese hedor repugnante de su olfato, pero Bill estaba pesado, no puedo moverlo y mucho menos moverse  bajo su cuerpo.

—¿Bill? — Levantó las manos intentando empujar de los hombros a Bill para quitárselo de encima, pero en un ágil movimiento las uñas afiladas de Bill le marcaban la piel de las muñecas, enterrándose hasta sacarle ligeros hilos de sangre. —¡No! ¿Qué haces? ¡Bill!

Tom abrió los ojos asustado al ver la reacción de su igual. Los flashback en su cabeza no se hicieron esperar. Igual a la misma vez en la que Bill se había molestado y había enterrado sus uñas en su quijada por no responderle lo bien que se veía. Sin embargo la situación ahora era claramente diferente. Bill no había preguntado nada, sólo sonreía ampliamente y su ceño estaba ligeramente arrugado, como si fuera a cometer alguna travesura descabellada pero que le parecía divertida.

Su respiración se agitó y su mirada se intercalaba entre las heridas en sus muñecas que cada vez empeoraban mas pues Bill apretaba el agarre conforme pasaban los segundos, y en los ojos rojizos de su gemelo que sin duda daban miedo. Toda la piel alrededor de los ojos de Bill estaba perfectamente maquillada de negro, como si recién lo hubiera hecho para salir a alguna fiesta, cosa imposible pues en ese pueblo no había fiestas y si las hubiese, estaba seguro que Bill jamás se pararía en alguna de ellas. Intentó ver aún más allá y notó que el iris estaba completamente escarlata y su mirada quemaba como si un carbón caliente entrara en contacto con la piel.

Tom intentó decir algo, pero antes de que alguna letra saliera de sus labios, éstos fueron aprisionados por otros exactamente iguales. El aire en los pulmones del mayor de los gemelos escapó al caer en cuenta de lo que estaba sucediendo. No obstante, la presión en sus muñecas disminuyó momentáneamente, para dar paso al dolor sobre sus labios.

Bill mordió los labios de Tom hiriéndolos con los afilados dientes importándole poco que el otro entrara pánico al ver tanta sangre suya fuera de su cuerpo. Tom llevó sus manos a los labios intentando limpiarse, pero, de nuevo, Bill lo impidió.

—Calma, Tom.

La presión de la mano de Bill sobre su boca le estaba doliendo y sus dientes chocaban con la piel a su alcance hiriéndola. Los ojos de Tom estaban abiertos de par en par y sus manos libres, intentaban empujar a Bill por cualquier parte de su cuerpo, quien no parecía inmutarse un poco a los golpes propiciados. Tom estaba asustado y Bill sin ropa, sobre su cuerpo y bastante extraño no ayudaba en nada.

Lo tomó de sus brazos y con fuerzas exageradas intentó empujar a Bill, quien no se movió ni un ápice. Lo empujó de los hombros, de las piernas, del abdomen, intento golpearlo en el pecho, en el rostro,  pero Bill no sentía nada.

—Tom. — Murmuró Bill con voz áspera. Tom dejó de removerse y se quedó inmóvil con la mirada vuelta hacia otro punto que no fuera su gemelo. —Tomi... Juguemos, ¿Te parece?— Preguntó con la misma voz de ultratumba haciendo apretar los labios a Tom. éste negó y Bill hizo un puchero suave con sus labios. — Respuesta incorrecta.

La mano de Bill se deslizó desde los labios de Tom hasta su cuello, dando caricias delicadas con las largas uñas. Tom a pesar de que ya no tenía una mano sobre sus labios, no abría la boca. Estaba pasmado escuchando y viendo a Bill con asombro que sentía no poder moverse. Bill acercó su rostro al de Tom y le sonrió aún más si era posible. Tom apretó los labios y cerró los ojos con fuerza sintiendo los húmedos y calientes labios de Bill posarse sobre su pómulo derecho, como una dulce caricia, pero ciertamente, le dio asco.

Ignoraba el hecho de que aquello no era nada parecido a un simple beso. Bill succionaba con fuerza y lamía con una lengua áspera, tal como la de un gato, la piel de las mejillas de Tom dejándolas coloradas exagerando las tonalidades rojizas y moradas.

—Detente, Bill. — Suplicó con debilidad Tom.

—¡Cállate! — Respondió Bill y apretó los dientes.

Tom sintió el frío en las manos de Bill tocándole. Estaba helado a excepción de los labios. Le besó y lamió el rostro con devoción, como si fuese una paleta helada deliciosa que estaba derritiéndose al sol. Tom no pudo evitar llorar y arrugar la cara del asco. No le gustaba para nada la sensación babosa que queda rebosante en su piel.

De nueva cuenta, intentó abrir la boca, gritar, avisar a sus abuelos que algo no andaba bien con Bill, pero tal y como lo intentó, se resignó enseguida, pues sabía que era imposible. Los abuelos no lo escucharían ni porque tuvieran unos oídos súper poderosos, ni porque Tom gritara tan fuerte como pudiera. El establo estaba lejos y era más de media noche. Los abuelos, probablemente dormían ajenos al sufrimiento del mayor de los gemelos.

Las manos de Bill tironeaban de manera brusca del pijamas de su gemelo buscando quitárselo de alguna manera. Tom rogaba porque se detuviera, intentaba alejarlo, pero Bill parecía tener fuerza sobrenatural, pues cada vez ponía más fuerza ejercida sobre su cuerpo y le era imposible moverse.

Hipaba, sollozaba y la respiración se atoraba en su garganta, se estaba sofocando y creyó incluso más conveniente morirse asfixiado que percibir todo lo que acontecería. Pero por suerte o desgracia, eso no sucedió. Bill arrancó su pijama de un tirón asustándole provocando que abriera la boca, y el aire entró a sus pulmones haciéndole toser con fuerza, inhalando y exhalando rápidamente. Estaba aún con una ligera playera de calor y sus bóxer, pero el hecho de que Bill sonriera como maníaco y tocara lo largo de sus piernas, le hacia percibir el peligro.

Los poros de su piel se hicieron notorios al recibir de nueva cuenta una caricia más en sus piernas por parte de Bill. Empujó su mano y sintió un calambrazo en su muñeca. La mano libre de Bill se apretó ahí con fuerza, presionando las antes heridas, logrando que Tom soltara un grito de dolor y más sangre brotara por las pequeñas perforaciones.

Sus ojos avellanas totalmente abiertos se intercalaban entre Bill y la unión de sus pieles. No obstante, apenas su mente regresó, sintió como Bill le bajaba la ropa interior con brusquedad. Sus manos eran toscas, por lo que la tela se rasgó mucho antes de que la prenda llegara a sus tobillos. Bill la empujó lejos igual que el pijama y aprovechando la poca resistencia de Tom, le tomó por los muslos y abrió sus piernas.

La cabeza de Tom comenzó a traer imágenes grotescas de lo que iba a suceder si no detenía pronto a su hermano.

—Bill, ¡Qué haces! No quiero, detente. — Gritó ofuscado, al ver como Bill comenzaba a tocarse. Una molestia subió desde su estómago hasta su garganta haciendo amagos de regresar la cena, pues no era algo que le gustase ver. —Bill, por favor. —Lloró.

—Sh. Calma Tomi. No es tan malo— Habló Bill con suavidad logrando que Tom cesara las lágrimas y los sollozos, casi parecía su tierno y adorable gemelo de antes, casi.

El aliento de Bill chocó contra su nariz y aspirándolo notó un terrible olor putrefacto. Por supuesto que Tom no planeaba mencionarlo, por lo que dejó caer el rostro de lado ignorando la llameante mirada de Bill y su asqueroso olor.

Las manos de Bill se deslizaron con delicadeza por todo el cuerpo de su gemelo levantando su playera y besó la piel en su vientre. Tom sumió su estómago al sentir los calientes labios de Bill, sin embargo,

Bill lo interpretó de una manera diferente.

Subió el rostro y encaró a su gemelo. Tom se mordía el labio intentando no sollozar más, pero las lágrimas se desbordaban de sus ojos bañando sus mejillas. Las piernas de Tom estaban abiertas de par en par. Tenía el cuerpo rígido y Bill lo sentía. Notaba como los muslos de su gemelo se apretaban con fuerza sobre su cadera impidiéndole moverse a gusto y poder entrar en él.

Frustrado, rasgó las manos de Tom dejándolas sangrar a borbotones y una vez que Tom notó el ardor y sus ojos estaban completamente idos en las heridas de sus manos, Bill tomó las piernas de su gemelo y elevándolas en lo alto, sin tapujos, le penetró.

El grito, las lágrimas, las suplicas, nada era escuchado. El dolor era insoportable, quemaba como si de poner una llama ardiente en contacto directo con la piel se tratara. Tom tenía los labios abiertos y miraba con terror a Bill. No. Él no era Bill, esa cosa que estaba embistiéndolo con brutalidad sin detenerse no era su hermano. Era un ser asqueroso.

—Bas-Basta...—Logró articular contrayendo las piernas e intentando golpear a Bill con los pies.

La realidad de las duras y constantes embestidas era otra. Dolían demasiado y cada que Tom intentaba cerrar las piernas o empujar a Bill lejos de su cuerpo intentando romper el contacto intimo lo hacía incluso más doloroso pues Bill se abría paso de igual manera, por lo que se resignó dejando las piernas una en cada lado del cuerpo de Bill y lloró cerrando los ojos.

Sintió los dedos de Bill enterrarse en su cadera, enterrando las uñas alargadas y feas en su carne, haciendo que un rojo aún más intenso que el de las heridas de las muñecas, brotara a borbotones. El aire se atoró de nueva cuenta en su garganta y torpemente llevó las manos a las de Bill intentando apretarlas, apartarlas y patearle en la cara. Pero no podía, el vaivén brusco de Bill le empujaba a tal grado de golpearse con la tabla de madera en la pared.

Le dolía el vientre bajo, supuso por la perdida de sangre y la violencia de Bill tenían mucho que ver.

Quería que acabara pronto, quería morirse, lloraba intensamente y el sabor amargo de lo que estaba viviendo resbalaba por su garganta quemándole. No quería ver a Bill.

El olor del estiércol, la paja, la humedad del establo se mezcló con el olor a sudor y a sangre emanada del pequeño flacucho cuerpo de Tom.

Las manos de Bill volvieron a subir acariciando toda la extensión de piel de su gemelo, dejando ligeros rasguños en sus brazos y pecho, subiendo hasta su cuello. Tom estaba ahogándose, pues el aire no entraba correctamente a sus pulmones de lo rápido que respiraba y no podía controlarse, estaba alterándose, sacando y metiendo aire al mismo tiempo... Las manos de Bill tomando fuerza cada vez más, se apretaban a su alrededor imposibilitando su respiración.

Bill sujetó con fuerza del cuello a su gemelo y lo sostuvo en su lugar embistiendo con fuerza sintiendo su primer orgasmo con intensidad. Los gruñidos que había callado durante la sesión, comenzaron a salir al sentir los ligeros calambres en su vientre subiendo a su pecho, al igual que el pinchazo en su espina dorsal al sentir los espasmos. Tom intentaba captar a Bill, enfocar su vista en él pues su mirada comenzaba a nublarse por más pestañeara, no podía respirar por más que abriera la boca intentando tomar un poco de aire y tampoco podía hablar por más que presionara a sus cuerdas vocales. Sentía que moría.

Aún percibía la dura erección de Bill entrar y salir del él con fuerza, lastimando sus paredes a su paso, logrando así como un liquido espeso bajaba y se mezclaba con el pre semen de Bill. Sangre, más sangre.

Sus manos se aferraron a las manos de Bill sobre su cuello y sintió como resbalaban debido a la sangre que aún salía en pequeños ríos de los rasguños que le había hecho al principio sobre los brazos. Tom odiaba al Bill que estaba haciéndole aquello hasta satisfacerse, pero quería verlo por ultima vez, porque estaba seguro que sería lo único que le daría felicidad por siempre.

Bill golpeó la próstata de Tom en una fuerte embestida y ambos ahogaron un grito.

El menor de los gemelos cayó laxo sobre el cuerpo de Tom, su respiración estaba agitada y su corazón golpeaba fuertemente en su pecho, haciéndole incluso doler. Intentó encogerse en su lugar pero entonces cayó en cuenta de dos cosas.

La primera es que ya podía moverse por si mismo. Estaba agotado, casi tonto como si hubiese aspirado cocaína o alguna droga. Le dolían las muñecas, las caderas, las piernas y la entrepierna. Le punzaba la cabeza. Sus ojos estaban bañados en lágrimas y la opresión en el pecho le dificultaba respirar.

La segunda y más alarmante. Que Tom no respiraba.  

— — —  

Cuando Simone y Jörg llegaron a la casa de los abuelos en Magdeburgo, encontraron un caos. Ambulancia forense, ambulancia azul, policía, investigadores, bomberos y demás uniformados que con cintas amarillas imposibilitaban el paso al lugar.

Ella pudo notar a los dos pequeños amigos de sus hijo asomados, intentando observar por sobre los hombros de los mayores. El corazón se le detuvo totalmente. Algo malo pasaba y no exactamente con los abuelos.

Corrió quitando a los oficiales e ignorando los gritos enrabietados de Jörg quien intentaba alcanzarla pero era detenido por varias personas. A ella no le importó en absoluto.

Observó a los ancianos junto a la puerta del establo, donde había aún mucha más gente. La abuela lloraba con cansancio y aterrorizada. El abuelo no podía más que abrazarla y llorar también junto a ella. Y entonces entró.

Primero observó como algunas personas de sanidad, sacaban a los animales; caballos, vacas, borregos, algunos puercos y demás. Más en el fondo en la pequeña pero nada distinguida habitación hacía luz.

El olor era horrible, asqueaba, por lo que tuvo que llevarse la manga de su abrigo a su nariz y boca intentando aguantar las nauseas.

Caminó rápidamente y cuando el interior de la habitación quedó en su visión, abrió los ojos llorando amargamente.

Mala idea que había sido esa.

En medio de todas las personas que revisaban la escena con cuidado y sin mover nada aún, observó sobre uno de los catres viejos, un pequeño cuerpecito desnudo, blanco y con manchas de sangre, dándole la espalda. No fue sino peor que viendo hacia abajo, notó justo debajo de sus nalgas una cascada de sangre reseca que mojaba las sábanas blancas, impregnándolas de rojo escarlata.

No quería saber quien era, aún no quería saberlo, pero fue volver a registrar la escena y el aliento escapó de sus labios.

Las hermosas y suaves rastas que tanto ella como Jörg habían aprobado y ayudado a mantenerlas en buen aspecto, estaban regadas sobre la dura y flaca almohada, llenas de sangre, posiblemente duras y pegajosas. 

Era Tom.

—Señora, usted no puede estar aquí. — Escuchó que le hablaron, pero le dolía el pecho y no podía respirar. Estaba aturdida y no podía articular palabra.

¿Qué demonios había pasado ahí? ¿Por qué Tom estaba ahí, tendido, con sangre por todo el cuerpo?

Su labio inferior tembló notoriamente y estuvo apunto de desmayarse y caer contra el suelo de no ser por Jörg que nada mas entrar por la puerta, la vio tambaleante y corrió a su lado intentando tomarla.

Sus ojos se posaron en el mismo cuerpecito que ella había visto minutos antes y tragó duro.

Apenas ambos estaban intentando controlar sus desencadenados pensamientos cuando Simone perdió totalmente el control y se abalanzó contra los forenses.

—¡Tom! — Gritó histérica intentando alcanzar a su hijo tendido en el catre dándole la espalda. Jörg la sujetó de la cintura y la apretó a su cuerpo impidiendo el cometido de su mujer, pero esta no cedía. — Déjame, ¡Suéltame, Jörg! Es Tom, es mi niño, mi niño. ¡¿Qué le hicieron a mi hijo?! — Gritó, pero nadie le contestó.

Lloró amarga hasta no pudo soportarlo más y desmayarse.

— — —  

Jörg dejó a su esposa, ya consiente pero dormida, sobre la cama de los abuelos y escuchó atentamente la declaración de Dunja mientras hundía la cara entre sus manos arrugadas y temblaba. Temía que fuera a provocarse un paro cardiaco la pobre mujer, pero parecía soportarlo aún más.

—Señora, necesito que se calme. — Habló el oficial. —Necesito que me diga, ¿Qué fue exactamente lo que vio cuando llegó al cuarto del establo?

La voz de la Dunja tembló cuando habló: —Yo entré al establo porque los chicos no se apuraban en llegar a tomar el desayuno. Creí que estarían contentos de ver a Gustav y Georg, sus amiguitos. — Se pasó un pañuelo por los ojos y prosiguió. — Les llamé a ambos, pero no escuchaba nada, más que los ligeros ruidos de los caballos recién despertando. Me extrañé, por supuesto, así que caminé hasta la habitación y cuando empujé la puerta... — Ahogó un sollozo y soltó el llanto nuevamente apretando sus ojos.

Jörg estaba detrás de ella escuchándolo todo en silencio. Un par de oficiales habían notificado con él lo sucedido, pero aún así, volverlo a escuchar era perturbador.

—Señora, cálmese. — Habló el oficial. — ¿Qué fue lo que vio?

—Los vi a los dos... Bill y Tom... Tom no se movía, no hacía ningún movimiento y sobre su cuerpo, desnudo igual que él, estaba Bill... Estaba apretando sus mejillas y rogándole que despertara. Ambos estaban desnudos y no me costó imaginar lo que pasó. — La voz de Dunja se endureció. — La pelvis de Bill estaba ensangrentada y las piernas de Tom aún más. Olía a sangre podrida...

—¿Que hacía Bill? — Preguntó el oficial anotando todo rápidamente en su libreta y grabando el testimonio. —¿Qué estaba haciendo cuando lo encontró?

—¡Ya le dije lo que hacia! No quiero repetirlo — Gritó la anciana. Jörg con rapidez, llegó a su lado. Apretó su hombro y la guió de nueva cuenta a sentarse, intentando tranquilizarla.

El oficial siguió anotando todo, evitando volver a hacer la pregunta y se levantó dando privacidad a las dos personas con ojos y nariz roja, dejando escapar incoherencias.

—¿Y Bill? —Preguntó Dunja sin mirar a Jörg.

—Lo vi cuando salí del establo con Simone. Estaba en la patrulla, cubierto por sábanas y llorando.. Él estaba golpeándose contra el vidrio. Observé como tenían que esposarlo y darle un calmante. Me alegré por que Simone estuviera desmayada. Ya tenía demasiado. Por la tarde nos llamarán para que vayan a declarar de nueva cuenta...

—No quiero verlo... — Murmuró Dunja de nuevo con voz dura. —Esa cosa no era Bill. ¿No lo viste? Esos ojos... todo él...

—Bill ha estado extraño, quizás no lo pensó bien, quizás ahora...

La anciana lo volteó a ver con furia. No podía creer que Jörg actuara como si nada, como si lo dejara pasar porque fue un juego demasiado pesado que no pudo controlarse y salió de sus manos antes de que alguno pudiera decir algo. Sin poderse contener gritó. —¡Ahora Tom está muerto! ¡Bill lo mató!

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