Capítulo seis:
Cielo, ayúdanos ahora.
Cielo, ayúdanos ahora.
Escuchó un estruendo tan ensordecedor
que le reventó los tímpanos y le hizo cubrirse la cara al instante, soltando el
volante. La bolsa de aire que iba escondida hizo su aparición ahogándolo.
Tapándole las vías respiratorias. En un acto desesperado las alejo de un
manotazo sintiendo el dolor retumbante en todo el cuerpo.
Escuchaba el sonido de vidrios quebrarse bajo sus pies y unos gritos asemejados
a los de unos ángeles gritando. Y gritaban muy fuerte, tanto que tuvo que
tumbarse al asfalto de rodillas clavándose los vidrios y tapándose los oídos
para no escuchar más.
—Cállense, cállense — Murmuró en voz baja.
De repente como si le hubieran dado un toque eléctrico en la espalda levanto la
cabeza y volvió su vista hasta el auto. Estaba en un barranco. ¿Cómo había
llegado hasta ahí? No lo sabía, solo recordaba luces y gritos de aquellos
ángeles.
Sin pensárselo un poco se levantó corriendo y comenzó a buscar con la mirada
aquellos lamentos y aquel río de sangre que descendía por medio de la pintura
del auto. Eran lamentos de ayuda, su amante pedía ayuda, estaba atrapada bajo
montones de metales y fierros. Un accidente de auto es realmente catastrófico y
ahora él lo presenciaba, lo había sentido y se moría por saber que su amada
seguía bien.
—¡Alguien! — Gritó. — ¡Ayuda! ¡Cielo! ¡Sálvanos!
Y con ese llamado no se refería a la corte celestial o al más grande dios que
todos alababan. Se refería a su cielo oscuro, a sus ángeles caídos, desterrados
del paraíso. Porque bien sabía que había ángeles embusteros, a quienes habían
eliminado del paraíso por su actitud egocéntrica, como la suya.
Los lamentos de ella lo enloquecían, eran lamentos de dolor y sabía que no
podría hacer un poco más por ella. Era complicado. El se arrastro a un lado,
junto a un árbol y echado en el suelo abrazándose a sí mismo, la abandono en su
pensamiento. Estaba respirando y gritando exaltadamente, estaba esperando al
diablo aparecerse. ¿Qué había hecho mal? Porque este desastre para él, solo
significaba que había hecho algo mal.
Arcadas violentas lo comenzaron a sacudir y tosiendo cada vez un poco más, la
sangre no se hizo esperar. Comenzó a escupir demasiada, incluso con temor de
desangrarse si era posible de esa manera tan absurda. El estómago le dio un
vuelco y ahora el vomito se hizo presente mesclado con la simple sangre.
—¡¡Que alguien nos salve!! — Escuchó la voz chillona y sin fuerza de su amada.
Los lamentos pararon y él supo enseguida que su absurdo regreso había sido en
vano. De nada sirvió sacrificar a esas personas por el amor de ella. Ni
siquiera lo había perdonado aún y cuando tenía una nueva vida. Y le dolía.
¡TODO LE DOLÍA! Porque la parte más dura para él había sido dejarla. Y era lo
que no quería desde el comienzo de su pesadilla. Sabía que su amante se iría
para el purgatorio y que ahí quedaría atrapada por el resto de su vida. En cambio
él se quemaría en el infierno junto a un cuernudo que se burlara y sodomizara
como él quiera, pues le falló en lo que él le había pedido. Había vendido su
alma, aunque daba igual, tarde o temprano terminaría en aquel infierno.
“—Así no es como debía morir. — Murmuró y bajo la mirada al suelo.
—¿Esperabas un entierro y flores después de lo que has hecho?
—No, pero tú visita sí.”
“—¿Rezarás por mi?”
“—¿Harás de mi un santo?”
“—¿Te arrastraras hasta mi?”
—Te daré todas las flores que necesites, te cubriré de gasolina, borraré esas
lágrimas de sangre que escurren de tus ojos. Rezaré por ti. Pero no le pidas
más ayuda al cielo. Es un impostor. El nunca nos salvaría.
—Cariño, este espejo no es lo suficientemente grande para nosotros dos.
Saco una pequeña caja de fósforos que guardaban para quemar cadáveres cuando
compartían justos sus secretos nocturnos. El auto estaba empapado de gasolina y
otro poco no fue suficiente. Estaba perfecto. Encendió el fosforo y lo dejo
caer ante sus pies, justo donde comenzaba aquel charco de gasolina. Y en menos
de tres segundos una grande llamarada le estaba iluminando el rostro más
ensangrentado y más sucio que antes.
Incluso era repulsivo.
—Tú no sabías nada sobre mis pecados ni del porqué comenzó mi miseria, solo te
arrastré hasta mi. Tú no sabes.
“—¡Estoy quemándome! ¡Estoy quemándome!”
—Me estoy arrastrando hasta ti, te estoy rezando lo que no debería y estoy
sepultando tus cenizas. Y tu no sabes.
“—¡Me estoy quemado! ¡Me estoy quemando otra vez!”
“—Cúbreme de gasolina otra vez”
—Te estoy dando todas las fuerzas que necesites… Otra vez.
Estaba atrapado y envuelto —nuevamente— en una tragedia y lo peor es que ahora
su amada no regresaría. Él había regresado y él seguía vivo. ¿Debía seguir
vivo? No tenía el valor para matarse, no aún.
Se quedó tirado junto al auto en llamas, con la cabeza entre las piernas,
recargado en un tronco de un árbol muy viejo. Pero incluso el se sentía aun más
viejo que ese árbol. Ella ya no estaba y ya no estaría más. Aún podía escuchar
sus gritos retumbándole en la cabeza, pero en vez de hacer algo por ella, solo
la había ayudado a morir. La había dejado irse, porque sabía que la lastimaba
con su actitud serial. Porque ella quería solo un romance y él le había
arruinado su sueño de dama.
“I N T E R M E D I O: Los santos la protegen, venir ángeles del señor. Venir
ángeles del señor.”
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