jueves, 11 de julio de 2013

Demolition Lovers: CAPÍTULO SEIS.



Capítulo seis:
Cielo, ayúdanos ahora. 

Escuchó un estruendo tan ensordecedor que le reventó los tímpanos y le hizo cubrirse la cara al instante, soltando el volante. La bolsa de aire que iba escondida hizo su aparición ahogándolo. Tapándole las vías respiratorias. En un acto desesperado las alejo de un manotazo sintiendo el dolor retumbante en todo el cuerpo.


Escuchaba el sonido de vidrios quebrarse bajo sus pies y unos gritos asemejados a los de unos ángeles gritando. Y gritaban muy fuerte, tanto que tuvo que tumbarse al asfalto de rodillas clavándose los vidrios y tapándose los oídos para no escuchar más.

—Cállense, cállense — Murmuró en voz baja.

De repente como si le hubieran dado un toque eléctrico en la espalda levanto la cabeza y volvió su vista hasta el auto. Estaba en un barranco. ¿Cómo había llegado hasta ahí? No lo sabía, solo recordaba luces y gritos de aquellos ángeles. 

Sin pensárselo un poco se levantó corriendo y comenzó a buscar con la mirada aquellos lamentos y aquel río de sangre que descendía por medio de la pintura del auto. Eran lamentos de ayuda, su amante pedía ayuda, estaba atrapada bajo montones de metales y fierros. Un accidente de auto es realmente catastrófico y ahora él lo presenciaba, lo había sentido y se moría por saber que su amada seguía bien.

—¡Alguien! — Gritó. — ¡Ayuda! ¡Cielo! ¡Sálvanos! 

Y con ese llamado no se refería a la corte celestial o al más grande dios que todos alababan. Se refería a su cielo oscuro, a sus ángeles caídos, desterrados del paraíso. Porque bien sabía que había ángeles embusteros, a quienes habían eliminado del paraíso por su actitud egocéntrica, como la suya.

Los lamentos de ella lo enloquecían, eran lamentos de dolor y sabía que no podría hacer un poco más por ella. Era complicado. El se arrastro a un lado, junto a un árbol y echado en el suelo abrazándose a sí mismo, la abandono en su pensamiento. Estaba respirando y gritando exaltadamente, estaba esperando al diablo aparecerse. ¿Qué había hecho mal? Porque este desastre para él, solo significaba que había hecho algo mal.

Arcadas violentas lo comenzaron a sacudir y tosiendo cada vez un poco más, la sangre no se hizo esperar. Comenzó a escupir demasiada, incluso con temor de desangrarse si era posible de esa manera tan absurda. El estómago le dio un vuelco y ahora el vomito se hizo presente mesclado con la simple sangre.

—¡¡Que alguien nos salve!! — Escuchó la voz chillona y sin fuerza de su amada.

Los lamentos pararon y él supo enseguida que su absurdo regreso había sido en vano. De nada sirvió sacrificar a esas personas por el amor de ella. Ni siquiera lo había perdonado aún y cuando tenía una nueva vida. Y le dolía. ¡TODO LE DOLÍA! Porque la parte más dura para él había sido dejarla. Y era lo que no quería desde el comienzo de su pesadilla. Sabía que su amante se iría para el purgatorio y que ahí quedaría atrapada por el resto de su vida. En cambio él se quemaría en el infierno junto a un cuernudo que se burlara y sodomizara como él quiera, pues le falló en lo que él le había pedido. Había vendido su alma, aunque daba igual, tarde o temprano terminaría en aquel infierno.

“—Así no es como debía morir. — Murmuró y bajo la mirada al suelo.
—¿Esperabas un entierro y flores después de lo que has hecho?
—No, pero tú visita sí.”

“—¿Rezarás por mi?”

“—¿Harás de mi un santo?”

“—¿Te arrastraras hasta mi?”

—Te daré todas las flores que necesites, te cubriré de gasolina, borraré esas lágrimas de sangre que escurren de tus ojos. Rezaré por ti. Pero no le pidas más ayuda al cielo. Es un impostor. El nunca nos salvaría.

—Cariño, este espejo no es lo suficientemente grande para nosotros dos.

Saco una pequeña caja de fósforos que guardaban para quemar cadáveres cuando compartían justos sus secretos nocturnos. El auto estaba empapado de gasolina y otro poco no fue suficiente. Estaba perfecto. Encendió el fosforo y lo dejo caer ante sus pies, justo donde comenzaba aquel charco de gasolina. Y en menos de tres segundos una grande llamarada le estaba iluminando el rostro más ensangrentado y más sucio que antes. 

Incluso era repulsivo. 

—Tú no sabías nada sobre mis pecados ni del porqué comenzó mi miseria, solo te arrastré hasta mi. Tú no sabes.

“—¡Estoy quemándome! ¡Estoy quemándome!”

—Me estoy arrastrando hasta ti, te estoy rezando lo que no debería y estoy sepultando tus cenizas. Y tu no sabes.

“—¡Me estoy quemado! ¡Me estoy quemando otra vez!”

“—Cúbreme de gasolina otra vez”

—Te estoy dando todas las fuerzas que necesites… Otra vez.

Estaba atrapado y envuelto —nuevamente— en una tragedia y lo peor es que ahora su amada no regresaría. Él había regresado y él seguía vivo. ¿Debía seguir vivo? No tenía el valor para matarse, no aún. 

Se quedó tirado junto al auto en llamas, con la cabeza entre las piernas, recargado en un tronco de un árbol muy viejo. Pero incluso el se sentía aun más viejo que ese árbol. Ella ya no estaba y ya no estaría más. Aún podía escuchar sus gritos retumbándole en la cabeza, pero en vez de hacer algo por ella, solo la había ayudado a morir. La había dejado irse, porque sabía que la lastimaba con su actitud serial. Porque ella quería solo un romance y él le había arruinado su sueño de dama.

“I N T E R M E D I O: Los santos la protegen, venir ángeles del señor. Venir ángeles del señor.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario