miércoles, 14 de mayo de 2014

Jarjacha: Capítulo IV


Capítulo IV

2003.

~ Flash back ~
1998

—¿Tomi? No pasa nada. — Dijo Simone con dulzura. Tomó la mano del mayor de los gemelos y con suavidad jaló del bracito de Tom, quien estaba acongojado y se intentaba negar a entrar a ese lugar. — Vamos cariño, verás que todo saldrá bien.

—No… no quiero… Por favor mamá, ya no despertaré con rasguños, te lo prometo. — Suplicó Tom con desesperación. Simone se angustió al notar que el mayor de sus hijos tenía miedo y buscaba la salida fácil de prometer algo que notablemente no estaba en sus manos.

—Tomi, tranquilo, no te dejaré solo. ¿Está bien? — Tom frunció los labios y los presionó hasta dejar una línea recta. Negó efusivamente haciendo que sus pequeñas y rubias rastas se movieran al compás de su cabeza.

—No…

—Tom…

—No quiero, mamá.

—¡Basta, Tom! ¡Basta! Vas a venir y se acabó. Es por tu bien. —Dijo Simone negándose a ceder ante el berrinche de Tom.

Tom se aguantó las ganas de soltar un sollozo, pero las lágrimas que comenzaron a salir por sus ojos angustiaron más a su madre que apresuró el paso para poder llegar a tiempo a la cita. Tom sabía que estaba siendo arrastrado al psicólogo y aunque había hecho todo lo posible por evitar la cita, ahí estaba, siendo conducido por su madre a través de los pasillos en tiempo exacto.

En cuanto llegaron al consultorio asignado, Simone dio un par de toques suaves en la puerta y momentos después ésta se abrió dejando ver a una mujer de unos treinta y cinco años con bata de estúpidos ositos rosados esparcidos por toda la tela.

—Buenas tardes. — Saludó Simone cortésmente intercambiando un saludo de mano con la psicóloga que se encontraba frente a ella. 

—Buenas tardes. —Respondió y se giró al infante que estaba medio escondido detrás de su madre. —Hola, tú debes ser Tom —Saludó la psicóloga, por lo que pudo leer Tom en su gafete, Susan. — Soy Susan, tu nueva amiga.

—No… — Murmuró Tom y apretó la mano de Simone. Con la manga de su playera se seco las lágrimas y se giró para no ver más a aquella mujer que intentaba ser simpática con él.

—Está bien Tomi, solo vamos a platicar. —Dijo Susan y señalo un par de asientos frente a su escritorio. Tom frunció el ceño, odiando como ella le había hablado de una manera tierna y que solo Bill y su madre podían decirle. En especial Bill, que siempre estaba recordándoselo.— Y bien. ¿Qué tenemos aquí, Tom? —Susa abrió un folder azulado y comenzó a leer—. Tu madre me ha dicho que sueles tener algunas pesadillas por las noches y cada vez se agravian más. Amaneces con algunos hematomas, rasguños e incluso con lodo y sangre sobre la ropa en cuanto estos suceden…Bien, ¿Por qué no me cuentas desde cuando tienes este tipo de pesadillas?

Tom negó con la cabeza y se hundió en su asiento negándose a hablar. Su cabeza estaba agachada y sus rastas tapaban su rostro demacrado de la mirada profunda de aquella mujer. Se sentía inseguro y estaba a nada de echarse a llorar.

Simone miró con angustia a la psicóloga quien le sonrió sin problema.

—Bien. Empecemos desde abajo. —Habló la psicóloga al notar que Tom no tenía intenciones de decir nada. — ¿Por qué no me cuentas sobre tu hermano, Tom? Hablemos de Bill. Tu madre me ha dicho que son gemelos homocigóticos. Es decir son gemelos idénticos…

—Bill no es idéntico a mí. — Soltó de repente. Simone se acomodó en su lugar y apretó su bolso en un abrazo desesperado.

—¿Por qué? ¿Hay algo de malo en él? — Preguntó Susan.

—¿Por qué tendría que ser algo malo? — Respondió sin levantar la mirada. Susan sonrió victoriosa por lograr que el pequeño Tom comenzara a hablar. —Él no es malo…

—Por supuesto que no, no lo es. ¿Por qué no me cuentas sobre Bill? ¿Cómo es él? ¿Hacen cosas juntos?

Tom tomó el dobladillo de su camiseta y jugó a doblarlo y desdoblarlo evadiendo la pregunta, tal y como si no la hubiera escuchado tan siquiera.

—¿Tom? Dime, ¿Qué compartes con Bill? — Presionó.

—Él… — Comenzó el menor y se detuvo un momento pensando en qué podía decir sobre Bill. —Compartimos habitación. — Murmuró y luego se calló. Susan esperó a que el pequeño siguiera hablando, pero en cuanto notó que no iba a hacerlo, prosiguió.

—¿Sí? Y dime, ¿Él está contigo cuando tienes esas pesadillas? — Tom dudó un momento y luego asintió despacio. — ¿Qué hace él?

—Bill es bueno — Dijo y Susan asintió. — Él me ayuda a despertar… — Habló despacio. Tom comenzaba a sentirse un poco seguro, sin embargo, aún no tenía el valor de levantar la mirada del piso.

Susan asintió nuevamente y tomó de nuevo el folder con los datos de Tom. — ¿Por qué tienes esas pesadillas Tom? ¿Hay algo que te asuste realmente?— Tom negó repetidamente y volvió a hundirse en el asiento. —Bien.  ¿Podrías decirme si tienes algún miedo que te sigue desde que eras pequeño? ¿Te da miedo, la oscuridad, la noche?… ¿Bill?

Tom arrugó el ceño y se sintió molesto. Bill no le daba miedo, nunca le daría miedo su hermano gemelo aunque a veces tuviera un carácter extraño y últimamente gritara mucho, pero Bill seguía siendo Bill. Menos inocente y tranquilo, pero al fin y al cabo Bill. Apretó el dobladillo de su camiseta en las palmas de sus manos, pero no contestó pese a que se sentía algo enojado.

Simone estaba a punto de abrir la boca para decir algo que quizás podría ayudar al que Tom se abriera un poco más con Susan, pero, como si el pequeño Tom le leyera el pensamiento, comenzó a hablar un poco.

—Hay un hombre—. Murmuró Tom interrumpiendo a su progenitora de un posible palabrerío sin sentido que aún no salía de su boca. Susan se acomodó en su asiento y colocó toda su atención en él, permitiendo que Tom continuara. — Él… está en la habitación por las noches.

—¿En la habitación? ¿La que compartes con Bill? Tom, ¿Cómo es aquel hombre? ¿Qué es lo que hace?— Preguntó Susan. Simone casi se echaba a llorar por las palabras que salían de la boca de su hijo. No había ningún hombre en casa… a excepción de Jörg.

—Sí… — Asintió aún con la mirada escondida. —Él viene todas las noches. — Musitó.

—¿Él te hace algo, Tom? ¿Él te… toca? — Preguntó Susan leyendo el folder de la información de Tom, concluyendo lo mismo que Simone. Sólo había un hombre en casa y era su padre.

—No… Él no me mira nunca. Él solo ve. Él siempre mira a Bill, solo a Bill.

—¿A Bill? ¿Ese hombre le hace algo a Bill? — Interrogó nuevamente Susan.

—No, él solo está mirando. — Contestó despacio.

—Tom, necesito que me digas esto… ¿Cómo es ese hombre? — Preguntó tomando un bolígrafo y una nueva hoja para comenzar a escribir cualquier cosa que indicara que Tom o en su defecto Bill era abusado sexualmente por su padre.

Tom levantó la mirada y sus ojos aún estaban brillosos por las lágrimas antes derramadas. Miró a su madre y luego se giró hacia la psicóloga que esperaba paciente su respuesta.

—Él… tiene la piel quemada y unas patas de animal.

— — —

Simone tomó el brazo del menor de los gemelos en cuanto este pasó a su lado y lo encaró.

—Bill, ¿Está sucediendo algo malo dentro de su habitación? — Preguntó. Bill arrugó el entrecejo y negó con la cabeza lentamente.

—No, mamá. ¿Por qué?

—Tom ha dicho que tú también estabas pasando malas noches en la habitación. Bill, sé sincero, ¿tú también tienes pesadillas o has visto algo extraño en la habitación? — Bill se lo pensó un poco y luego negó con una ligera sonrisa.

—No, nada. Pero quizás Tom está asustado por la oscuridad. Últimamente le asusta todo.

Simone asintió y acarició el cabello rubio de Bill recordando como él también sufría al escuchar a Tom gritar por las noches. Rápidamente su cabeza desechó la idea de “aquel hombre alto y de piel quemada” que Tom describió en la cita con el psicólogo de la tarde. Y junto a eso, la recomendación de Susan al decirle que tal vez era hora de separarlos de habitación.

Se negó rotunda a hacerlo sabiendo que Bill cuidaba de Tom por las noches y que era preferible que estuvieran juntos; no sabiendo que lo haría después de un par de años.

~ Fin Flash Back ~

—Simone… — Musitó Bill carraspeando para aclarar su voz y para llamar la atención de su progenitora quien le daba la espalda y parecía perdida en sus recuerdos mientras tallaba un plato sin nada de fuerza y con una esponja escaza de jabón. — Simone.

—Bill, soy tu madre. Respeto por favor. — Regañó Simone al menor de sus hijos en cuanto se percató de la voz que le hablaba un poco fría. Giró un poco la cabeza y por primera vez en el día le miró con un look completamente nuevo. La palabra «problemas» brilló en su mente cuán letrero de bar nocturno, pero la ignoró dando una sonrisa de aprobación.

Sabía que Bill podía no tomárselo muy bien y prefería no tener que pelear con él pues le dolía la cabeza. Apenas había pasado un par de días desde el último ataque de pánico que había sufrido Tom.

—Mamá, Simone, lo que sea. — Habló Bill por lo bajo. Subió la mirada y se apoyó con la cadera a la mesa que se encontraba a su alcance. Tomó una manzana y le dio una mordida. — Yo sólo quería pedir que, por favor nos mandes de vacaciones esta semana, a casa de los abuelos en Magdeburgo. — Pidió con tranquilidad y yendo directo al grano.

Bill estaba consciente de que en casa de sus abuelos, nadie podía alejarlo de su Tom. Quizás podría mentirle a la abuela para que decidiera ponerlos en la misma habitación y así dejar de sentir esa desesperación nocturna cuando no le tenía a su alcance, incluso podía tocarlo y hacerle lo que quisiera sin preocuparse por los ancianos, pues su avanzada edad, ya no les permitía escuchar y estar al tanto de lo que sucedía incluso en su propia casa. Era solo que necesitaba que sus padres aprobaran la idea, pues aún no podía tomar sus cosas, salir por su propio pie y arrastrar a Tom con él.

Simone quien intentaba lavar aquel plato con esmero, lo soltó por la sorpresa al escuchar esas palabras. Se giró completamente para encarar a su pequeño hijo del porqué de su repentina petición, consiente del que los gemelos odiaban ir con los abuelos de vacaciones pues les tenían privados de salidas nocturnas aunque solo fueran las seis de la tarde.

Abriendo la boca para replicar, se quedó inmóvil en su lugar y lo miró con la boca abierta al notar que Bill ya no era solo “Bill”.

—Bill… ¿Estás comiendo una manzana? —Preguntó incrédula. Ella sabía que el menor de los gemelos tenía una fuerte alergia a las manzanas, por lo que intentaba dejarlas fuera de su comida, sin embargo, ahora parecía importarle poco. —Si el aire comienza a faltarte, y tu piel comienza a irritarse, no olvides…

—¿Vamos a poder ir sí o no? — Preguntó interrumpiendo a Simone y rodando los ojos.

—¿Qué… qué te has hecho en la ceja? — Preguntó titubeando alzando un poco la mano para señalar el lugar mencionado.

—La perforé, duh. — Contestó Bill con tono fastidiado como si fuera obvio, pasando por alto el color rojizo que subió por el rostro de su madre.

—¿Y por qué? Ni siquiera pediste permiso. — Bill levantó la ceja en donde la perforación brillaba tanto y la piel estaba escarlata. Simone sintió su pulso palpitar en todo su cuerpo.

—Porque quise. Incluso también me perforé la lengua. — Bill abrió los labios y un brillo pequeño se hizo notar dentro de ella. Sacó la lengua y una bolita plateada lucía en medio de la rosada longitud. Bill mordió nuevamente la manzana y Simone notó como del pequeño agujerito donde la bolita estaba enterrada, salían algunos chorros de sangre.

—Diosss. Bill… — Llevó ambas manos a sus labios y sintió su corazón acelerarse.

—Bueno, creo que estás ocupada. Adiós.

Antes de que Simone abriera la boca, su airé salió de los pulmones al notar una mancha de tinta en la nuca de Bill. Un tatuaje…

No sabía con exactitud que era o que representaba, pero era extraño. Un triángulo invertido con otro más pequeño en su interior. En cuanto las líneas se juntan formando el triangulo pequeño, las líneas continuaban un poco más, sus esquinas apuntando hacia afuera y parecidas a las de un pico de una flecha de arco. Las líneas del triángulo mayor al igual que el menor se juntaban en cierto punto, aunque continuaban más adelante al igual que en el pequeño para formar algo parecido a una jota de cada lado. Ambas contrarias y con el final de la línea como pico de flecha. En medio de ambas curvas del triángulo mayor, se encontraba una “V” que por alguna extraña razón, le causo un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero.

Aquel tatuaje era color rojizo con el borde negro, sin embargo, la piel alrededor de él estaba completamente escarlata como si hubiera rascado hasta el cansancio esa zona, e incluso había unos puntos de lo que parecía ser sangre, dispersa sobre toda la nuca del menor de los gemelos.

Una silla de la mesa del comedor, se arrastró ruidosamente hasta colocarse en la entrada de la cocina, para después caer estrepitosamente rompiéndose el respaldo en el acto.

Simone se quedó helada viendo como Bill desaparecía en la oscuridad del pasillo sin inmutarse por lo que había sucedido a sus espaldas, y apenas entonces notó que el cabello que el menor de los gemelos tanto adoraba y cuidaba con esmero y productos de belleza, había dejado de ser rubio.

— — —

Andreas envolvió a Tom en un taco gigante de sabanas y lo arrastró por todo el piso superior aliviando cada vez más al mayor de los gemelos, quien después de su ataque de días atrás se había convertido en una roca sin expresión.
Las cosquillas producidas por los dedos güeros de Andy, viajaban desde su estómago hasta la punta de los pies, haciendole reír a carcajadas mientras intentaba liberarse del agarré de su mejor amigo para devolverle la jugada.

—¡Ya verás, Andy!

—Ya, basta, basta. ¡Tom! — Río Andreas cuando unos dedos flacuchos intentaron hacerle cosquillas debajo de las costillas. — ¡Tom! Es… es tarde. — Se carcajeó el rubio intentando regularizar su respiración. Pero apenas soltadas esas palabras, Tom dejó de hacerle cosquillas y le miró esperanzado para que no las volviera a repetir. — Lo siento enano, pero tengo que irme.

—¡No te vayas! — Gritó Tom abrazando por la cintura a su mejor amigo. Andy le revolvió el cabello y se lo quitó de encima en cuanto le sintió flaquear.

—Hey, enano. Mañana vendré de nuevo, te lo prometo. Trata de mantenerte cuerdo y vivo… — Andreas tomó la mochila que había dejado colgada en cuanto llegó en el perchero de la entrada y sacó un oso de peluche al cual le faltaba un ojo. — Toma. Teddy va a cuidarte. El único ojo que le queda, puede ver lo mejor de ti.

—No soy una niña Andy. — Murmuró sonrojado.

—Pero pareces una. —Tom golpeó a Andy juguetonamente.

Ambos chicos estaban por empezar a jugar nuevamente, cuando una figura nada amigable apareció por las escaleras mirándoles con el ceño fruncido. Andy tenía las manos colocadas sobre las de Tom quien sujetaba el oso Teddy que acababa de recibir.
Bill frunció el ceño al notar el agarre.

—Tú, rata rubia ¿Qué haces aquí? — Atacó Bill con notorio veneno en la voz.

—Alguien tiene su periodo. — Río el rubio y Bill anotó su nombre en su libreta mental. — Ya me iba, no te alarmes. —Andreas levantó las manos en plan “no dispares” y sonrió. —Adiós Tom, te veo mañana. Ciao Bill.

—Apúrate y sal de aquí. — Apuró Bill y comenzó a caminar hacia su habitación sin contestarle.

Tom que seguía sosteniendo el peluche que Andy le había regalado, esperó hasta escuchar el ligero clic que indicara que su mejor amigo había salido de casa. Aliviado de que Bill no hubiera tenido un ataque de mal humor enfrente de él, se giró sobre sus talones y caminó hacía la habitación de su gemelo buscando tan siquiera hablar con él.

Tocó un par de veces de manera fuerte, sin embargo Bill no parecía percatarse de nada. Intentó a abrir la puerta girando la perilla, pero esta no cedió. La puerta estaba atrancada con pestillo. Tom se recargó en la puerta con su cabeza y con su brazo derecho, colocó la oreja sobre la madera mientras que apretaba con fuerza el oso Teddy y entrecerró los ojos, intentando concentrarse en el ruido dentro de la habitación de su hermano.

Bill estaba hablando. Pero parecía no hablar él solo.  Se escuchaban una docena de murmuros que le helaron la piel. Aquellas voces que murmuraban a la par de la voz de su hermano, eran bastante similares a las que él mismo escuchaba en sus pesadillas pasadas cuando le escuchaba llorar y pedir ayuda a gritos. Eran susurros macabros que ponían los pelos de punta a cualquiera, parecían conversaciones bastante delicadas y serias las que se susurraban dentro de la habitación, pero no podía escuchar con claridad.

Al cabo de unos minutos, los susurros pararon de un momento a otro. Tom pegó más su oreja buscando algún ruido extraño e intentó abrir nuevamente la puerta, sin embargo, antes de que pudiera tomar la perilla entre sus manos, ésta se giró abriendo la puerta en su totalidad de un movimiento, haciendo que Tom cayera al suelo y se lastimara el brazo con el cual estaba recargado en la puerta.

—¿Qué haces husmeando en mi habitación, Tomi? — Preguntó Bill recargándose en la pared, a un lado de la puerta.

—Nada… Bueno ¿Qué tienes en la ceja? — Preguntó Tom levantándose cuidadosamente y luego sacudiendo sus pantalones con una mano, mientras que con la otra sujetaba al oso Teddy. Intentó acercarse un poco para mirar aquel reluciente brillo en la ceja de su hermano pero, luego cambio de parecer quedandose en el mismo lugar.

—¿Qué tienes tú en esa mano? Dámelo. — Dictaminó Bill y se movió ágilmente para intentar arrebatarle el oso de peluche a su hermano, pero Tom fue más rápido y se movió hacia un lado evadiendo al cuerpo de Bill que se dirigía con fuerza hacia el suyo.

—¡No! — Negó Tom y corrió hacia el otro extremo de la habitación, huyendo de su hermano.

En un principió creyó que Bill le acompañaría con risas y cosquillas, persiguiéndolo con la finalidad de hacerlo reír como lo hacía en un principio cuando aún tenía esos horribles sueños, pero no fue así. Tom se percató que la mirada de Bill no era amigable y lo que realmente deseaba era hacerle un poco de daño. Tal y como lo había hecho días atrás en cuanto le enterró las uñas en su cuello y mandíbula.

Aún tenía aquellas horrendas cicatrices.

—Tom… — Habló Bill con voz calmada intentando no aventarse contra su hermano. — Por favor, sal de mi habitación, ahora.

Tom sin renegar aceptó y caminó con la cabeza baja hacia el exterior de la habitación. Estaba desprevenido por lo que apenas sintió como el peluche que Andreas le había regalado era arrebatado de sus manos con violencia. Se giró de inmediato para encarar a su hermano y que le devolviera el Teddy, pero la madera se azotó casi contra su cara haciéndolo retroceder y quedar solo en el pasillo.

Sin decir nada más y completamente rendido, caminó hasta su habitación encerrándose como era habitual y se metió en su cama apenas y se hubo puesto el pijama. Se removió incomodó entre las sábanas y apenas cerró los ojos, Bill apareció en su mente.

— — —

Bill caminó con elegancia por la calle con una expresión de seriedad demasiado frívola que hacía a cualquiera retroceder. Dobló la esquina de su calle y enseguida pudo mirar aquella enorme casa azul celeste con las luces apagadas. Era la casa de Andreas.

Hizo un mapa de las habitaciones en su mente de manera rápida y como lo recordaba de la última visita, en segundos obtuvo la ubicación de la habitación de su rubio amigo. Escaló por una pared de ladrillos que estaba junto al balcón de la habitación del rubio y se aseguró de llevar a su acompañante consigo mismo, además del oso Teddy que le había quitado a Tom unas horas antes.

Con la ayuda de una llave maestra, logró abrir la puerta del balcón y empujó haciendolas rechinar con lentitud, abrió ambas hasta que su cuerpo pudo entrar con sigilo a la habitación. Cerró la puerta tras de sí y caminó con seguridad hasta posarse frente a la cama de Andreas.

El bulto en medio de ella, indicaba que el rubio estaba durmiendo plácidamente y al parecer nada iba a poder despertarlo pronto.

Bill llevó las manos a su cuello sintiendo como si algo como una cuerda o unas manos le asfixiara y de la nada, sus ojos se volvieron completamente rojos y una sonrisa se posó en sus labios como si fuera a cometer una pequeña e inocente travesura. Sus manos se movieron solas y su cuerpo escaló con rapidez la enorme cama blanda en donde su rubio amigo dormía.

Al sentir tal movimiento, Andreas despertó exaltado apunto de gritar alarmado en cuanto vio una melena conocida por algunos años, solo que esta vez tintada de negro azabache. Se desconcertó totalmente al ver a Bill a horcadas sobre él y casi a media noche y sonriendo como un loco, sin embargo, antes de que pudiera mencionar algo, las manos del ahora pelinegro se enrollaron en su cuello impidiéndole la respiración. Andreas se desesperó totalmente y con ambas manos intentó arañar el rostro y brazos de Bill quien cada vez volvía más duro y firme el agarré a su cuello.

—¡No debiste! — Gritó fuera de sí.

Andreas le escuchaba no sabiendo a que se refería, pero sabía que Bill iba enserio. Por primera vez tuvo miedo de él y de cómo le había tratado desde algunos años atrás. No estaba cortándose ni siquiera un poco al apretar su cuello. Lo hacía con saña y parecía quererlo matar así.

Las lágrimas comenzaron a bañar sus ojos y sus labios perdieron el color rosado, volviéndose completamente morados en instantes.

—Bill, no…

—¡Cállate! — Gritó el pelinegro con una dura y grave voz a coro. Andreas abrió los ojos completamente asustado al escucharle de esa manera. En sus ojos los vasos comenzaban a reventarse y su rostro se tornaba de color escarlata al recibir poco oxígeno.

Bill soltó una de sus manos y sacó de su bolsillo una pequeña navaja demasiado afilada que había hurtado de la habitación de sus padres y que había cuidado bien para sus ataques nocturnos. La dirigió al cuello de Andreas y sonrió al ver como el rubio lloraba silenciosamente, demasiado asustado tan siquiera como para intentar gritar.

—Adiós, Andy. No debiste darle aquel tonto peluche. Mucho menos tocarle. Él es mío.

Sin más ni menos, enterró la punta debajo de la manzana de Adán de su amigo y bajó abriéndole completamente el canal, escuchando como la ropa de su pijama se desgarraba al paso y viendo como la sangre salía a borbotones. Andreas soltó los últimos gimoteos antes de dejar de respirar y dejar de presionar la mano de Bill en su cuello.

Y antes de que su conciencia se perdiera completamente, comprendió que no debió haber sido tan apegado a Tom. Sin embargo, siguió sin entender el hecho de que Bill lo reclamara.

El pelinegro miró los restos de su amigo y como un loco desquiciado comenzó a vaciar su cuerpo con paciencia, dejando sus órganos bien esparcidos por la cama que en un principio tenía sabanas blancas y que ahora estaban completamente llenas de sangre. La habitación en sí, olía a muerte y sangre, más un extraño olor a azufre que Bill pasó por alto.

Se levantó e intentó sacudir sus ropas, molestándose al encontrarlas llenas de sangre, soltó un chasquido y agarró la navaja con enojo. Caminó lentamente hacia el cuerpo de Andreas que mantenía los ojos abiertos pero vacios y sin vida y se posó justo frente a su rostro inclinandose un poco.

—¡Mira como me dejaste! ¡Maldito hijo de perra! —Le gritó al cuerpo inerte y enterró la navaja en una de los orbes azules que miraban a la nada.

Tiró de él hacia arriba y de la cuenca del ojo izquierdo de Andreas comenzó a brotar sangre sin parar.

Bill guardo su navaja importandole poco que estuviera llena de sangre y aventó a Andreas, aquel oso Teddy que le había dado a Tom algunas horas antes. Éste enseguida se mancho de sangre. No se detuvo a acomodarlo como quería, pues estaba consciente de que al haber gritado tan alto, la mamá de Andreas podía aparecer en cualquier momento.

Casi corriendo, salió por el mismo lugar donde entró, saltando desde el balcón hasta el patio con agilidad. Cayó de pie y enseguida comenzó a caminar tranquilamente importándole poco el que estuviera bañado en sangre. Había salido de la casa y eso era lo único que le importaba.

Apenas dio la vuelta a la esquina, el gritó aterrador de una mujer se escuchó por todo el vecindario.

— — —

—Bill, Tom. —Simone limpió sus ojos con un pañuelo y carraspeó para volver a tener fuerza en la voz. — Irán con sus abuelos a Magdeburgo. — Dijo Simone. Apenas enterada del homicidio cometido a Andreas, decidió que lo mejor era que ambos se fueran lejos un tiempo para superar lo de su mejor amigo.


Tom asintió bañado en lágrimas y temblando de terror, mientras que Bill sonreía con satisfacción, no creyendo que tal acto le funcionaría para lograr lo que quería en un principio.

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